1 - El ser humano y la iglesia
1 – 2 - El nacimiento de una iglesia
La iglesia en el sentido griego "de éclésias" no es un edificio pero una reagrupación de individuos reunidos en una voluntad espiritual común. Encontramos pues "iglesias" que renden cultos a toda forma de "divinidad" consideradas superiores por los propios protagonistas. Se reúnen entonces para adorar o simplemente enviar solicitudes, rezos bajo distintas formas a estos seres considerados superiores, con el fin de recibir espiritual o físicamente sus beneficios.
Está evidente que toda forma de idolatría y superstición tienen curso en un campo tan abstracto que pueden serlo la espiritualidad. Cada uno, dentro de los límites que reconoció buenas para él, como emanando de esta entidad, intente entonces convencer otro, y otros, seguir sus valores personales, por miedo de ver desaparecer su propia identidad. Sólo son generalmente de simples valores recibidos del ambiente cercano, de tradiciones, o de una conciencia colectiva nacida a veces de un traumatismo colectivo tal como el 11septembre para los Estados Unidos.
En esta fase de reflexiones, podríamos pues estar tentado de considerar que toda forma de iglesia es condenable en su utopía y su irrealismo, pues eso está cierto para mucho. Sería sin embargo hacer abstracción de nuestra naturaleza que se construye desde el cerebro hacia el cuerpo y no del cuerpo hacia el mental, como le mencionamos en el desarrollo del tema "Ciencia y Fe" o "Cualquier vida nace del conocimiento y no de la materia."
Cada uno en su error y su parte de verdad, es por consiguiente respetable, y nadie hasta ahora tiene la absoluta verdad, pero numerosos son los que emplean el nombre de Dios en vano. Hay unos más convenció que otros, a ver más convincentes. Estos desbordamientos existen, tanto en la negación de Dios como fue el caso "de la iglesia" de Karl Marx que intentó promover al hombre a la dimensión de Dios, o en el extremismo de toda forma de integrismo religioso que vemos tan prolífico en el mundo actual. Disponemos sin embargo de un abanico incalculable de experiencias que nos guían intuitivamente hacia la verdadera naturaleza de Dios, hecha de equilibrio y Amor, en una lógica o el miedo desaparece de sí mismo. Es eso que debemos observar, y a eso que se mide pues la iglesia, ver la Iglesia de Dios.
La Iglesia de Dios, la que podemos escribir con un E capital, no existe como entidad conocida sobre tierra, sino cada uno en su integridad personal puede ser en ella más o menos. ¿Está claro que se constituye de personas vinculadas a hacer morir en ellos sus propias dimensiones carnales iníciales de pecado, pero cómo? ¿Es en haciendo simplemente desaparecer a los ojos de los otros? ¿Está por el respeto de normas al cual saben también someterse algunos grupos de animales en un doma cada vez más vinculante? ¿Está por una autoflagelación del cuerpo animal, por represiones físicas, mentales o espirituales? ¿Esta, a contrario, por un liberalismo desenfrenado que vuelve a dar al hombre el derecho de vuelta a sus más bajos instintos?
Si nuestra motivación real es actuar de acuerdo con Dios, nuestra búsqueda no debe ser simplemente de parecer bien a los hombres, por de los permisos del desconsiderados, o simplemente que mucha gente nos siguen. Necesitamos en cambio, amarnos unos a otros más allá de nuestras diferencias, y más allá de los errores que podemos ser un espectador en el otro, sin dejar de ser su abogado delante de nuestro Dios y no su acusador. Por lo tanto debemos llamar una trampa "trampa" y no dar la razón a ésta como una fatalidad humana que debemos aceptar, sin despreciar no obstante la persona caído en esta trampa. Esta es la trampa del humanismo que quiere estar equilibrado sin la ayuda de Dios, porque, si a vista humana puede parecer bueno porque tolerante, conduce inexorablemente a la aceptación del error en más o menos gran escala, para aceptar al individuo en error, cuando Dios quiere eliminar el error en el espíritu humano, para traer a él su integridad y la abundancia del corazón en un equilibrio libremente consentido. Es evidentemente el opuesto.
Disponemos, por consiguiente, si queremos admitirlo, de un ejemplo y de uno sólo: ¡El de Jesús!