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CAPÍTULO 9


Las evoluciones del sistema emocional humano a través de los tiempos


9 – 2 ¿De dónde venimos?


En resumen de lo que acabamos de observar a lo largo de nuestra lectura, y con el complemento que acabamos de hojear, parece justo decir que es por una banalidad mal interpretada, que gran parte de la humanidad confundió la evolución del sistema emocional con la de la genética, y que muchos humanos se alejaron del Eterno Dios. Esta falta de diferenciación generó cierta ambivalencia con la enseñanza cristiana ancestral, que no logró separar lo que Dios puso en nosotros a través de la genética, de la base espiritual evolutiva, generadora de nuestro sistema emocional. Es esta base espiritual la que define la naturaleza de este sistema emocional, que es esencial para producir acciones adaptadas al contexto vivido en esta genética y muchos fueron los que nunca se recuperaron en ella en nuestras democracias, ya fueran siervos de Dios o simples laicos. Hoy en día, esto lleva a las nuevas generaciones, o a tomar una posición idólatra por Dios, con todos los excesos que ello conlleva, o a luchar contra su existencia con los mismos excesos, o todavía a asimilar todas las religiones entre sí, en un humanismo más o menos tolerante, sin percibir la esencia misma de Dios, que es el Espíritu Santo.

Si esto es así, no es porque las nuevas generaciones sean peores que las que les precedieron, pero porque ellas mismas están en una búsqueda de una comprensión de lo divino en cada una, sin ninguna guarida fiable y comprensible a sus ojos, en relación con la evolución propuesta por Dios al hombre. Estas nuevas generaciones caen entonces en todas las trampas que les tienden tanto las redes sociales como el fundamentalismo represivo, con el fin de obtener una superioridad humana que les permita dominar mejor su contexto vital y que les permita asegurar su propia supervivencia, sin excluir su descendencia. Esto se acentúa por la buena voluntad de cada uno para hacer buen uso de sus propias presunciones, mientras que hoy el Eterno Dios quiere dotar al ser humano de su naturaleza divina, a la que nadie puede acceder por sí mismo, para llevar vida en abundancia a todos y cada uno, en el equilibrio real y justo de la palabra de Dios.

Todos somos descendientes de Adán y Eva, y todos poseemos el mismo origen, pero a dónde vamos depende de nuestra elección. O agradamos a el SEÑOR Dios en Jesucristo, dotados del Espíritu Santo para progresar hacia Su naturaleza divina, o agradamos al Anticristo, en la presunción de que podemos obtener un resultado mejor que Adán y Eva, con el mismo equipo mal ajustado. Utilizamos entonces su sistema represivo ancestral para hacer convivir mejor la parte divina que es nuestra genética con la parte animal que, sin embargo, está destinada a desaparecer, aunque todavía esté alojada en una parte más o menos total de nuestro sistema emocional. Voluntaria o involuntariamente, aplastamos a aquellos a quienes estamos más apegados, para protegerlos mejor de aquellos a quienes tememos y de todo lo que está apegado a ellos.

En esto, seamos o no bautizados con el Espíritu Santo, continuamos manejando lo mejor que podemos la parte restante de nuestro sistema emocional, creada por la base espiritual animal, sin poder escapar de la tutela de Satanás más que a través de la "cubierta" ofrecida por la obra de Jesús en la Cruz.

Si esta era la dimensión perfecta ofrecida antes, para resistir a esta tutela, ahora Dios quiere que salgamos de ella completamente, ya no solo cubiertos por la obra de Cristo en la Cruz, sino renovados en la dimensión de la Esposa.

Por eso es importante saber de dónde viene la humanidad, para no luchar nosotros mismos contra Dios, pretendiendo poseer ya lo que Dios ahora quiere ofrecer a la humanidad, para permitirle entrar en la naturaleza divina.


Paso 1 – El homo sapiens anterior a Adán y Eva y su "buen sistema represivo animal"


Para guiar una jauría de perros, en el uso que queremos hacer de ellos, no nos ponemos a cuatro patas para morder al más recalcitrante, pero si los adiestramos a todos, utilizamos al más dominante para guiar a los demás, según su propio modo represivo. Esta es la imagen de la tutela espiritual que utilizó el Señor Dios, nuestro Creador, hacia el homo sapiens en su naturaleza estrictamente animal. Por eso, durante este período de varios cientos de miles de años, anterior a la época de Adán y Eva, el sistema emocional, todavía animal del homo sapiens, no recibió ninguna influencia espiritual directa de la presencia divina, sino sólo la del “ángel” llamado Lucifer, designado por Dios como guardián espiritual represivo sobre los otros.

Esta buena progresión de la naturaleza animal en la tierra, duró hasta el momento en que el sistema emocional de este homo sapiens pudo superar al de su tutor espiritual, a través de su naciente sensibilidad al Espíritu Santo, inaccesible a este guardián en su posición de ángel, proviniendo de la misma naturaleza que el homo sapiens, visto que era ya en los cielos.

Para no perder lo que consideraba derechos eternos sobre el homo sapiens, influyó en ellos en una función represiva en nombre de Dios, entre sí, mediante la simple lógica bajo la cual estaban dotados, mientras que Dios quería comunicarles la “lógica” del Espíritu Santo, permitiéndoles un respeto voluntario por su propia genética, en lugar de la simple percepción naciente del Espíritu Santo en ellos. Es en eso  Dios llamó “hombre” a este homo sapiens, porque fue hecho a imagen naciente, de Dios en él, a diferencia de Lucifer que tomó el nombre de Satán, el mentiroso.

Dios tomó entonces a Satanás con mal pie, y en lugar de utilizar a los más dominantes sobre los demás, utilizó a los más sensibles al Espíritu Santo, para generar la evolución del sistema emocional animal, hacia aquel de naturaleza divina, del cual somos testigos, en nuestras democracias.

La excesiva demonización de este ángel caído, o el ridículo que a veces se le concede, refuerza las presunciones de todos de habernos vuelto superiores a él, mientras que esta superioridad sólo existe en la medida en que nos encontramos en Cristo. Por eso también las situaciones internacionales actuales están ahí para despertar nuestra lucidez, sobre la necesidad de un sistema emocional más eficiente, hecho a imagen de Jesús, por su Espíritu Santo, y del que los humanos ya estarán dotados de su Naturaleza divina en su nacimiento, durante el milenio, el séptimo día de Dios.


Paso 2 – La Gestación de la Humanidad en el Antiguo Testamento


Si comparamos la percepción del Espíritu Santo por el hombre con la creación de su cuerpo, encontramos la primera parte del Antiguo Testamento, correspondiente al estado embrionario, y la segunda parte al estado fetal, después de su salida de Egipto y la dispensación de la ley por Moisés.

Para que el futuro ser humano salga victorioso sobre el contexto externo que encontrará después del nacimiento, el feto lo percibe solo a través de una vaga interpretación de su sistema emocional naciente, y lo mismo ocurrió con la percepción del Espíritu Santo a lo largo del Antiguo Testamento. Durante todo este período, de unos cuatro mil años, los seres humanos solo fueron capaces de percibir e interpretar la dimensión del Espíritu Santo de una manera externa a sus instintos iniciales, porque la funcionalidad, que es esencial para la correcta autogestión de la conciencia, estaba ausente de su construcción emocional. Por lo tanto, esta percepción era sólo muy débilmente perceptible para los más sensibles, de modo que sus análisis podían sintetizarla con su experiencia y guiar a los menos sensibles a esta percepción en la dirección correcta.

Si, en la persona de Adán y Eva el hombre desobedece a Dios por ignorancia, aunque, desde momento, se vuelva responsable de sus actos, el verdadero culpable es el que lo incitó a hacerlo. Sabía que la lógica sobre la que Dios lo había colocado, como tutor de los solos instintos del homo sapiens, privaría a los humanos de la funcionalidad más indispensable para el conocimiento del bien y del mal, definida por la conciencia que Dios pone en los genes de cada ser humano.

Por eso, después de haber elegido al pueblo que sin duda era el más capaz de conservar intacto el testimonio vivido en la cercana presencia del Eterno Dios, nuestro Creador se manifestó al hombre a través de este pueblo, en situaciones que eran sobrenaturales a sus ojos. Estas permitieron abrir su comprensión, a la buena síntesis de los méritos de seguir las directivas y preceptos, que guiaron a los humanos en la prefiguración de lo que iban a vivir y que encontramos en las confirmaciones espirituales aún hoy.

Uno de los presagios más evidentes fue ciertamente el de la protección que Dios dio a su pueblo, para salvarlo del ángel exterminador, cuando salió de la esclavitud en Egipto, que prefiguró la victoria de Jesús en la Cruz, sobre el ángel caído llamado Satanás.

Si siguió un largo período en el desierto por este pueblo, sirvió la dispensación de la ley divina dada por Dios a Moisés, para que cada uno aprendiera a usar el dominio de sí mismo, para dominar su sistema emocional de buena manera, y a producir de las acciones lo más conformes posible a su conciencia en sus genes.

De generación en generación, el hombre tuvo que aprender a dominar lo que el sistema aún animal había creado emocionalmente en él, con todos los errores de corrección que se relacionaban con él, comenzando por la idolatría de los considerados los más grandes, elevados al nivel de reyes en el lugar de Dios, para gobernarlos. De este modo, todo el Antiguo Testamento ha traído al sistema emocional humano la conciencia del impacto de la presencia divina, que el feto, masculino o femenino, percibe siempre de manera diferente uno del otro, en el seno materno, de modo que la suma de sus especificidades individuales le permite asegurar su autodefensa según los preceptos de Dios, para superar su entorno.

En su voluntad demasiado buena para servir a Dios, o en su incomprensión de la voluntad divina, algunos, más presuntuosos que otros en servir bien a Dios, se dejaron influenciar por Satanás para concederse los derechos de vida y muerte en nombre de Dios sobre sus semejantes, pero en esto hizo una obra que lo engañó. Si abusó de la presunción de conocimiento de los religiosos del Sanedrín para hacer crucificar a Jesús en la cruz, en realidad firmó su sentencia de muerte espiritual, gracias a la obediencia a Dios hasta la muerte en la cruz, de éste que nació del Espíritu Santo desde el vientre de su madre.

El SEÑOR Dios lo resucitó entonces de entre los muertos, como prefiguración de lo que nos ofrece espiritualmente a través de un "Nuevo Nacimiento" en su naturaleza divina a nivel del corazón, que también pone de relieve lo que nos espera, si nos apropiamos los mismos derechos que el Sanedrín, en las atribuciones reservadas a este ángel caído. Es en este sentido que todo el mundo tiene hoy todas las capacidades analíticas, si se apropia, al nombre de Dios, el mismo derecho represivo animal, sobre los portadores de la misma genética que ellos. Estos derechos represivos no solo se encuentran a nivel físico, porque comienzan con la condena de aquellos cuyas acciones y motivos nos parecen reprobables a los ojos de Dios, sin llegar a ser nunca los abogados de ellos, como pide Jesús.

De este modo, el SEÑOR Dios trajo a la humanidad tanto el ejemplo del deber como la senda hacia su naturaleza divina.

Paso 3 – La Infancia de la Humanidad y el Nuevo Testamento, hasta la Restauración de Israel en 1948


Una vez más, todo el período se divide en dos pasos, durante las cuales encontramos la de la primera infancia y la de la infancia anterior a la pubertad.

Desde el punto de vista de la civilización, podemos considerar estos períodos de duración más o menos igual, unos mil años, dado el declive máximo de la percepción del Espíritu Santo a favor de la idolatría, en un descenso a los infiernos que más o menos atrapó a todas las poblaciones cristianas. De los Anticristos aparecieron de algunas de estas poblaciones, predicando la naturaleza y la voluntad divina, a través del único modo represivo de este ángel caído, mientras que otros concedieron el nacimiento divino a aquellos a quienes colocaron por encima de ellos para gobernarlos, de los cuales los más idólatras entre los movimientos de la época, llegaron a concederles la naturaleza divina y, por lo tanto, no pudiendo pecar. Este período precedió al ascenso gradual, hacia un equilibrio más o menos guiado de Dios en Jesucristo, según las naciones consideradas y la percepción del Espíritu Santo por los más rectos entre ellos.

La diferencia fundamental fue que el sincero siervo de Dios en Jesucristo pudo recibir, el el bautismo del Espíritu Santo en su "corazón", a la edad adulta y cumplir, ante el resto de la población, el papel que había desempeñado el Arca de la Alianza para los hebreos. Estos siervos quedaron así, fuera de la tutela de Satanás, por la "cubierta" de Jesús, que les traía un designio mucho más preciso de la voluntad divina, desde su “corazón”, si su integridad del momento era servir a Dios en Jesús-Cristo y no ellos mismos. El profano pudo así tener en cuenta al Espíritu Santo, principalmente a través de sus aprendizajes infantiles, para poder actuar en la edad adulta, según la enseñanza recibida. Esto produjo consensos societales/religiosos, que hicieron que algunas sociedades evolucionaran más que otras, hacia una percepción y obediencia al Espíritu Santo, de la que se desprendieron casi por completo las estructuras más idolátricas de lo que en la tierra representaba a Dios a sus ojos.

El impacto del Espíritu Santo, sobre las naciones menos idólatras, las hizo avanzar hacia un deseo de justicia para con todos, mientras que las más idólatras quedaron cada vez más atrapadas en el sistema represivo de Satanás, para que él puede utilizarlas un día para destruir la sociedad democrática, que Jesús iba a construir en veinte siglos.

Esto fue tanto más fácil para él porque, mientras que el sistema emocional de los siervos de Dios en la iglesia se renovaba normalmente en la naturaleza divina a nivel del "corazón", la mente y los sentimientos en sus cerebros no eran todavía más que un desierto de Amor divino, que sus cerebros habían aprendido a corregir a veces, a una perfección aparente, mientras que otros sólo lo simulaban. Esto no siempre fue así debido a sus motivaciones equivocadas, sino debido a los tiempos en los que vivieron, durante los cuales los logros colectivos no permitían ya, la reescritura de los sentimientos y de la mente, como está el caso hoy en día.

Esto dejaba por tanto mucho lugar a malas interpretaciones de la voluntad divina, a través de un sistema emocional basado en el amor egocéntrico, que siempre debe ser dominado para obtener acciones consideradas según Dios. Los seres humanos mejor estructurados emocionalmente según reglas divinas podían vivirlo como un cumplimiento personal de esta voluntad, que debían imponer a sus congéneres ignorantes, por medio de los más fuertes, pero no era frecuente el caso de los desafortunados maltratados a veces en el nombre de Dios, por personas religiosas, no más justas que el Sanedrín lo fue hacia Jesús, o los zares hacia su pueblo.

El equilibrio alcanzado colectivamente seguía siendo precario, ya que era el resultado de un amor egocéntrico corregido mal que bien, pero tuvo el mérito de generar la restauración de Israel, ya no sobre los valores de los hebreos al este del Jordán, sino sobre un valor idéntico al obtenido en Canaán, que sirvió de base para la Victoria de Jesús en la Cruz.

A diferencia del Antiguo Testamento, el Nuevo Testamento permitió que el sistema emocional humano progresara significativamente hasta 1948, puesto que algunos seres humanos, previamente nacidos bajo la tutela de Satanás, pudieron recibir la dimensión divina del Espíritu Santo a nivel del "corazón". A lo largo de los siglos, esta sensibilidad, experimentada internamente a nivel del sistema emocional de los seres humanos más rectos, permitió mejorar significativamente la corrección que debe realizar el cociente emocional, para producir acciones con una imagen más precisa de la voluntad divina y comunicarla a una gran parte de la humanidad.

Corresponde al cumplimiento espiritual por parte de esta humanidad de lo que había sido producido por el proceso de los hebreos de salir del desierto bajo el liderazgo de Moisés durante el Antiguo Testamento.

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Paso 4 – La pubertad de la humanidad, 1948 a 1968


Si la pubertad es un período anterior a la adolescencia, durante el cual el preadolescente comienza a cuestionar la validez de su aprendizaje de la infancia, lo mismo ocurre con la humanidad. En las democracias, nació una conciencia de la injusticia producida por el consenso societales/religiosos, aunque estos fueron bastante respetados por la primera generación después de la restauración de Israel.

Este período de transición corresponde al establecimiento de las dos tribus y media al este del Jordán por parte de Moisés, en una parte de la actual Jordania, y por tanto permitió consolidar en la misma medida los valores de la Canaán de ayer, traídos por la iglesia, que el renacimiento de Israel, sobre estos mismos valores democráticos. Los hombres en edad de luchar, que estas tribus trajeron para apoyar a quienes debían progresar hacia la santidad en Canaán, sirvieron de esta manera para presagiar el apoyo a los valores proporcionados por la Iglesia, que nuestras sociedades democráticas de hoy, deben preservar, a pesar de su cambio de modo de operación, en la conquista de su Canaán, que constituye el Amor divino.

Como había sido, cuando el pueblo hebreo abandonó el desierto, la emocionalidad colectiva no evolucionó durante este período y quedó como un desierto de Amor divino corregido lo mejor posible por el cociente emocional de cada persona, guiado por el Espíritu Santo desde el “corazón” de los más honestos siervos de Dios.

El final de este período es quizás el fenómeno generacional más notable, visto que terminó con lo que ya aparecía en ese momento como una validación por parte de Dios de la restauración de Israel, a través de la Guerra de los Seis Días. Encontramos en ella la misma validación divina que en la toma de Jericó después del cruce del Jordán por los hebreos, por medio de la cual el SEÑOR Dios demostró a su pueblo la importancia fundamental de permanecer individualmente en la observancia de las ordenanzas y preceptos del SEÑOR Dios, a fin de mantener colectivamente su apoyo.

Si la Guerra de los Seis Días marcó así un nuevo Jericó, marcó sobre todo la orientación hacia un nuevo tipo de combate, a través de la necesidad de la eliminación del error individual, necesario para el buen resultado colectivo. Si en el Antiguo Testamento este ejemplo fue dado físicamente por la eliminación de la persona que producía el error, prefiguró el resultado espiritual que cada uno tendría que alcanzar sobre sus propias fortalezas construidas en la espiritualidad animal, a deber hacer morir con la ayuda de Dios en la siguiente fase.

Es en este sentido que el fenómeno mundial de 1967 y 1968 que siguió, sin ninguna influencia humana directa como su fuerza motriz, está ahí para demostrar hoy hasta qué punto el Eterno Dios fue el coordinador de la misma, incluso si el enemigo de nuestras almas se iba a tratar de utilizar todos los medios a su alcance, para desacreditar la obra civilizatoria adquirida por Jesús en la cruz. Si, desde entonces, este movimiento mundial ha sido percibido a menudo como una degeneración generacional, producida solo por el enemigo de nuestras almas, es innegable que correspondía a lo que se iba a volver indispensable en lo siguiente paso, si sabemos mirarlo de la manera en que lo hemos descrito.

Debido a que el ser humano había hecho toda su parte, a pesar del desierto del Amor divino en los elementos ordenadores de la orden de actuar en su cerebro, Jesús desde el cielo iba a poder traer al que permanecía fiel a él, la parte de la naturaleza divina que faltaba en su sistema emocional, para hacerlo aún más con integridad. Sin embargo, esto no se podía hacer sin un cambio en la forma en que cada persona funcionaba su sistema emocional, y por lo tanto el aprendizaje de no dominarlo más a la antigua usanza, para poder gestionar según Dios lo que él mismo aportaría en su propia naturaleza a los humanos.

Hasta ahora, el SEÑOR Dios había guiado a los seres humanos a hacer su parte plena, a través de los consensos societales/religiosos, para resistir a Satanás, y el levantamiento de estos consensos en las democracias, ofrece ahora a cada uno, la oportunidad de vencer la NATURALEZA de esta tutela, con la ayuda de Cristo, tanto en su "corazón" como en el cielo, con el fin de trabajar para obtener la corona del Espíritu Santo, prometida a la Iglesia de Filadelfia en Apocalipsis tres.

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