Prólogo
Mientras el dinero permanecerá en el corazón del hombre el primer criterio de éxito, borrará todo buen sentido que Dios puede dar y conducirá como lo hace hoy a antagonismos entre individuos, y entre naciones, pero nos llevará también, contrariamente a lo que Dios nos ofrece, a la destrucción de nuestro alma y que más es a la de nuestra planeta. Todos nuestros males del pasado y del presente se deben a esta rivalidad por la que el hombre justifica su reputación con otras personas a ser mejores y, a veces, para estar reconocido por una sola persona, su madre... En él la imagen de Jesús todavía no ha sustituido esta de su naturaleza carnal y el buen sentido más rico que todas las riquezas del mundo aún no se puede llegar a sustituir el dinero, más pobre que todas las miserias de mundo. Dios calcula las riquezas del hombre al contrario de nosotros y por eso su justicia es justa, pero nuestros ojos son velados por los valores cuyo nuestro alma extrae sus referencias.
Mientras la rivalidad está en el hombre, obstruye su buen sentido, ya que nace de odios que pueden parecer bien pueriles de numerosos años después de que algunas corrientes de la vida hayan venido sustituirse a las primeras motivaciones. Si el hombre no es victorioso de esta rivalidad en el arrepentimiento y la negativa práctica a perpetrarlo, producirá en él, lo que Satanás utilizará para que sea impotente a hacer el bien que querría hacer, pero que sea capaz de hacer el mal que querría no hacer.
¡Y la rivalidad no es el único error del hombre!