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3 - El camino por el desierto


Si el paso al desierto es un camino ineludible es porque está ahí para enseñarnos a confiar en la percepción del Espíritu Santo desde nuestro "corazón", en todo momento, en todo lugar y en toda circunstancia, en nuestro antiguo modo de operación, que corresponde al desierto del Amor divino, como referente emocional que produce cualquier forma de acción. Este avance en el desierto se hace por consiguiente en comunión con el Espíritu Santo que trae una guía a seguir paso a paso, comparable a la guía que seguían los hebreos en el desierto, por la columna de fuego de noche y el humo de día, como acabamos de subrayarlo. Esta educación para percibir y discernir adecuadamente el Espíritu Santo en nuestro "corazón" es tanto más esencial, ya que la lógica inicial bajo tutela, tenía como primera vocación mantenernos en los valores aproximados de nuestra genética y un interés secundario de conducirnos a Dios, mientras que el Espíritu Santo tiene el efecto opuesto. Se nos da para conducirnos hacia una verdadera comunión con Dios y para orientar las aspiraciones de nuestro corazón hacia el respeto de la palabra de Dios y, por tanto, de nuestra genética. Si así podemos percibir más fácilmente la guía del Espíritu Santo, que la de la vieja lógica, es porque siendo de naturaleza divina, el Espíritu Santo intensifica considerablemente nuestra capacidad de aislar la emoción que representa como Guía, entre todas las emociones sentidas a nivel del corazón, provenientes de otras partes de nuestro sistema emocional. Es por eso que nos es posible seguirlo con gran precisión, tanto individual como colectivamente. Sin embargo, es fundamental tener en cuenta que el Espíritu Santo nunca es éste que produce Él mismo la acción. Ya sea en nuestras reacciones reflejas o siguiendo nuestros propios análisis, ciertamente intenta involucrarnos lo mejor posible, pero las otras partes de nuestro sistema emocional fácilmente prevalece sobre Él, aunque Él es la tercera persona de Dios.

Por lo tanto, es importante mirar con un poco más de precisión la construcción de la base emocional que está en el origen de cualquier transformación de la emoción en acción en el ser humano, si queremos extraer de ella el análisis adecuado y evitar silenciar al Espíritu Santo en nosotros, cuando Él nos guía a actuar por la fe.

Cierto que es imposible para nosotros afirmar que la lógica espiritual egocéntrica del espíritu, que ya revistió a nuestros antepasados, se procura divina o genéticamente a todos los seres humanos, pero se inicializa desde el estado embrionario en las neuronas que rodean el corazón, que in primero impacta el cerebro primario y asegura la supervivencia vegetativa del individuo. La parte emocional que miramos y de la que el Espíritu Santo quiere hacernos victoriosos, ocurre unos meses después de la procreación, durante el período fetal, durante el cual la lógica global contenida en el "corazón", genera una personalización del  sistema emoción / reacción de este futuro humano, a fin de proveer a él sus capacidades de acción. Es a través del impacto de las emociones producidas por esta lógica del espirito en el "corazón" del feto, que según su percepción del contexto circundante, la reflexión sobre su genética imprime en su cerebro una voluntad de actuar y lo doto al nacimiento de una base estereotipada de acciones programadas. Esta es también la razón por la que esta base se vuelve representativa tanto de la lógica del espíritu inicial como de la genética del sujeto y proporciona al cerebro humano lo que bíblicamente también se llama mente o espíritu.

La personalización de esta lógica del espíritu así creada en el cerebro, actúa entonces como un monitoreo parental llevado a cabo en cualquier archivo de computadora, utilizado por las computadoras o teléfonos de nuestros hijos. Por eso también, según nuestra genética y la experiencia de nuestra madre, los límites a no traspasar no son interpretados de la misma forma por todos, de lo que volveremos a hablar. Cada elemento emocional que finaliza una emoción en acción, se convierte entonces en lo que podríamos considerar como una firma informática, de pertenencia a este tutor y cualquier sentimiento resultante del aprendizaje de la infancia, que llega a perfeccionar este primer sistema, se construye sobre la extensión y en de la misma naturaleza que éste, antes de ser programado para el período de la adolescencia. Cualquiera que sea el impacto que el Espíritu Santo pueda tener en nuestra educación, nuestro sistema emocional toma en cuenta nuestros sentimientos para producir una mayor precisión en la acción resultante, pero no puede cambiar su naturaleza. Todo aprendizaje desde la infancia influye entonces en la programación de la adolescencia hacia una puesta en práctica de la voluntad divina, según el aprendizaje recibido, pero dado que desde todos los tiempos, todos los sentimientos están ahí para influir en la mente de una manera reconocida como buena por el sujeto y no reescribir su naturaleza, nada puede cambiar, ni esta naturaleza, ni la firma de esta estructura emocional.

Después de la programación de los sentimientos en la adolescencia, el establecimiento de este sistema, que es el único capaz de producir una acción en el ser humano, finaliza alrededor de los 25 a los 26 años y ningún acceso nos permite modificar más su estructura. Todo nuestro sistema de "emoción / reacción" está así escrito en la naturaleza de la lógica de recompensa / castigo, cualquiera que haya sido la influencia de los preceptos divinos recibidos por cada uno.

Solo nuestro CE (cociente emocional) que corresponde a lo que la Biblia llama dominio propio, nos permite variar la intensidad emocional, para permitir la selección de la mente y los sentimientos en el cerebro y producir la acción resultante, según un intensidad que consideramos justa. La respuesta de una sonrisa podría producirse por ejemplo en una escala variable de exuberancia y es por tanto la multitud de programación en las neuronas de nuestros dos principales centros emocionales, gestionados por este CE, lo que nos da la impresión de poder modificar las acciones programadas, cuando sólo Jesús tiene el derecho de reescribirlas, gracias al cumplimiento de la ley que le dio autoridad sobre Satanás.

Lo que es importante a tener en cuenta es la diferencia fundamental entre nosotros y Jesús, cuando todavía estaba en la tierra, porque tanto su genética era cien por ciento idéntica a la nuestra, tanto su sistema emocional era cien por ciento diferente. El hecho de que nació del Espíritu Santo desde el seno de María, su madre, y que nunca dio razón a la tentación de Satanás, hizo que cualquier acción resultante, programada en su sistema emocional, fuera escribida en el Amor divino y no en los valores egocéntricos de la lógica recompensa / castigo, como es nuestro caso. Por eso Él es llamado Hijo de Dios y quiere bautizarnos con su Espíritu Santo, para hacernos "eventualmente" perfectamente semejantes a Él si queremos seguirlo, como desarrollaremos en los siguientes párrafos.

Si cada pecador que se arrepiente en Jesucristo hereda la vida eterna, como el ladrón en la cruz, el Espíritu Santo se da a los que quieren seguir a Jesús y perseverar en sus caminos, para que pueda guardar la vida eterna con seguridad, por el uso del mejor sentimiento inicial posible, a pesar del desierto del Amor divino en sus sentimientos iniciales. Es por eso que desde el momento en que le encomendamos toda nuestra vida para no pecar más y permanecer en el cumplimiento de sus preceptos de Amor, puede bautizarnos con su Espíritu Santo en nuestro "corazón", con el fin de para inicializar nuestro sistema emocional hacia un inicio de conformidad con nuestra conciencia, ella misma de naturaleza divina desde Adán y Eva.

No se trata sin embargo, de entrar en la religión, sino de aprender a dejarnos guiar por Dios en Jesucristo, sea cual sea nuestra llamada en la Iglesia o en la sociedad, porque es nuestra comunión con el Espíritu Santo la que nos hace hijos de Dios y no nuestra posición en la iglesia. Cualquiera que sea nuestra vocación, este hacerse cargo de Jesús en el cielo nos libera de la vigilancia del enemigo de nuestra alma, llevado por otro relevo a Dios, que cubre las malas finalidades de acciones de nuestros sentimientos iniciales. Esta cobertura solo se puede hacer con toda nuestra voluntad de utilizar nuestro libre albedrío, en el respeto voluntario de la palabra de Dios y por tanto de nuestra genética. Aquí es donde el bautismo en agua es un compromiso con Cristo, de una buena conciencia ante Dios y permite que Cristo tome el relevo de la antigua tutela.

Durante este tiempo en el "desierto" el aprendizaje a utilizar este libre albedrío es así fundamental, ya que para cualquier transformación de la emoción en acción, el Espíritu Santo sigue dependiendo de la parte programada de nuestro viejo sistema emocional en nuestro cerebro, no respondiendo perfectamente a el objetivo final de nuestra conciencia, a pesar de toda la sinceridad con la que intentamos utilizarla.

Esta mejor elección de sentimientos es de hecho el verdadero punto de partida de la vocación de Cristo en nosotros, pero sobre todo no es el objetivo final. Es por eso que debemos ser conscientes de que tan cerca de la naturaleza divina se pudo haber construido nuestro sistema emocional, mientras que la “actualización del Espíritu Santo” en nuestros corazones no está “instalada” correctamente en nuestro cerebro, cualquier acción de nuestra parte será eventualmente parecida a una acción de naturaleza divina, hasta engañarse, pero no por todo eso en la naturaleza divina.

Si durante este tiempo en el desierto, Jesús por lo tanto cubre cualquier finalidad emocional produciendo una acción programada bajo la vieja lógica, esto muestra claramente que el pecado no es solo robo, asesinato y muchas otras actitudes dramáticas para el humano, pero todo este desierto desprovisto de Amor divino en cada neurona de nuestro cerebro. Está sin embargo, en este desierto donde el Espíritu Santo nos guía con Amor, si queremos seguirlo, tal como lo hizo el SEÑOR con los hebreos cuando salieron de Egipto, con la columna de fuego de noche y de humo en el día, pero llega un día en que Él desea sacarnos de este desierto y es a nosotros decirle: “¡Sí, SEÑOR, lo quiero! "

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