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2 - El pequeño cerebro del Corazón


2 – 3 En Juan 14-23, Jesús hablando El mismo y del Padre, dijo: “y vendremos a él, y haremos con él morada”. ¿Hablaba de nuestra casa, o más bien de nuestro Pequeño Cerebro del Corazón?


Para no crear una polémica que no ocurriría de existir, vamos inmediatamente a fijar los límites de lo que podría ser la "antena", este "pequeño cerebro del corazón". Algunos se toman quizá a soñar de extraterrestres y otros se ven ir en guerra contra los que llevarían una antena a manera de sombrero. Por supuesto que no se trata de eso, ya que sería entonces abrir una enorme puerta al espiritismo y por qué no a la esquizofrenia.

El último punto que planteamos en el párrafo anterior con respecto a observar este órgano como una forma de antena, es el campo magnético emitido desde este órgano, lo que puede sorprender algunos. Es cierto que de los a priori con estas ideas pueden vincularse con las enseñanzas de algunas culturas orientales, que tenderían a situar tal fenómeno delante del cerebro craneano, o también si teníamos en cuenta el conjunto de nuestra masa corporal como generadores de este fenómeno, esta hipótesis lo situaría entonces en nuestro centro de gravedad, por lo tanto a los alrededores del ombligo. Además, no debemos olvidar que las neuronas contenidas en nuestros intestinos son mucho más numerosos que los colocados cerca del corazón, y que, inevitablemente, acentuamos el fenómeno de campo magnético en la parte inferior del cuerpo,si la actividad neuronal, no protegida por la caja craneana, era la fuente del campo magnético. No es por lo tanto ninguna coincidencia si nuestro campo magnético se centra en nuestro Pequeño Cerebro del Corazón, y que este fenómeno externo medible, confirma nuestras percepciones relacionadas con la actividad de este órgano. Su utilidad parece así tan múltiple como pueden ser nuestras percepciones sensoriales relacionadas con las sensaciones de nuestro "corazón" en sí mismas percepciones de bienestar o mal estar en la presencia cercana o no con ciertas personas o según el contexto y el entorno encontrado. Debemos también no perder de vista la importancia de nuestras sensaciones de llenura o no del corazón, que son el revelador personal de nuestra espiritualidad, en acuerdo más o menos estrecho con el Espíritu de Dios.

Si en efecto, hacemos una relación con los textos bíblicos, cuando Jesús anuncia en Juan 14-23 “Si alguno me ama, mi palabra guardará. Y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos nuestra morada con él.”,  nos es fácil entender que no habla más venir a vivir en nuestro músculo cardíaco que de un diálogo entre el planeta Marzo y la Tierra. Este verso bíblico indica claramente el contrario, la necesidad de un contacto estrecho entre los dos cerebros, el Espíritu de Dios viniendo a vivir en las neuronas de nuestro corazón, a través de un "software" relacionado con el Espíritu Santo. Este pequeño cerebro del corazón toma más entonces un aspecto de guía para el cerebro craneano, y eso es lo que hace que desde entonces Jesús ha instalado su software en nuestro  Pequeño Cerebro del Corazón en lugar del, o de los que existían carnalmente previamente, más le dejamos de posibilidades de directivas, más obtenemos la paz y la coherencia cardíaca en tiempos difíciles, pero también más aporta directrices consistentes en relación con el espíritu de Dios, para administrar nuestra vida cotidiana. Obviamente y según nuestra experiencia vivida, el resultado de esta nueva escritura, de este nuevo software espiritual, situado en las neuronas de nuestro Pequeño Cerebro del Corazón, es lo que la Biblia llama  el Bautismo del Santo-Espíritu (véase El Efecto Boomerang capítulo 8 o Francia y Dios).

Con el fin de no escandalizar a nadie por el empleo de esta palabra “espiritual”, recordaremos también que el ámbito espiritual no es una cosa abstracta vinculada a los delirios de la gente religiosa, pero se encuentra en primer lugar en nosotros por lo que llamamos más generalmente el subconsciente. Como ya lo vio al capítulo 1-4, el panorama de nuestra construcción psicológica situada al nivel del cerebro límbico se encuentra creada en estado de feto por las interpretaciones de las experiencias vividas en nuestra madre, según los criterios de nuestra genética, luego la poda neuronal prenatal que sigue. Sería quizá más juicioso en esta fase, hablar de “nuestros espíritus”, ya que cada uno sabe que un ser humano no se construye sobre una única experiencia y sobre un único método de reacción. Si pues, hablamos de espiritual y de antena, no se trata mas necesariamente de una antena emisor receptora de ondas de radio, pero más bien de un sistema sensorio completo, de la que la función sería una guía espiritual puesta a nuestra disposición y al cual podemos dar razón o no.

A través de este enfoque y nuestra experiencia vivido informados principalmente en El Efecto Boomerang a partir del capítulo ocho, ya podemos estar convencido de que está bien en la confianza que concedemos a las percepciones emitida por este “órgano”, cuando éste es reinicializado según Jesús, que podemos avanzar en nuestras experiencias de fe en comunión con Dios más allá de nuestra lógica carnal y dejarnos conducir progresivamente hacia una completa reconstrucción de nuestro ser mental. Así, podemos vivir espiritualmente en el corazón que los hebreos vivieron físicamente en su éxodo de Egipto (Éxodo 13) en el Antiguo Testamento, cuando tuvieron que seguir la columna de nube durante el día y la columna de fuego a noche.

Si hablamos alegremente de la esfera espiritual superior que es Jesús, e indirectamente pues del fundamento de ir hacia el Amor de su prójimo, no debemos olvidar todas las demás atracciones humanas, espirituales o no, hacia las cuales el hombre aspira de avanzar más a veces que otros. Dios nos ama y desea que nos “ansiemos” al ciento por ciento hacia él. ¿Cómo habría podido olvidar de dotarnos de un sistema que nos permite ser guiado hacia lo que “ansiamos”? Cierto que tenemos la posibilidad de volver hacia otros encantos que Él,  y cada uno va hacia lo que considera ser mejor para él. Es a partir de este tipo de deducción que percibimos entonces fácilmente de donde emana esta percepción de sentirnos mejor en un medio ambiente que en otro, así como en la presencia de una persona o otra. Toda materia emite efectivamente una longitud de onda, así como todo pensamiento, todo color, todo órgano enfermo o en buena salud, y es probablemente por este órgano, que podemos recibir un eventual discernimiento de inseguridad o seguro más allá de nuestros análisis intelectuales, aún si su subjetividad sigue siendo muy aleatoria en relación a nuestros otros órganos sensorios.

Al igual de cualquier otro sistema sensorial que está más o menos fiable dependiendo de la persona, sus motivaciones, y el espíritu de carácter animal o el Espíritu de carácter superior que lo administra. Más allá de nuestras percepciones visuales, auditivas, o táctiles, sería pues de éste, que nos vendría algunas percepciones, más o menos sometidas a la naturaleza de su software, que se reflejan en la vida corriente por “una burbuja de protección” hacia algunas personas más que otros, en una dimensión que es consustancial a cada uno y a menudo vinculada al contexto circundante. Esta burbuja de protección es realmente nada más que la distancia a la cual nos es posible dejarnos acercado por una persona más o menos conocida o más o menos de acuerdo con nosotros mismos, sin percibirnos atacado o tomado en rehén. También podemos notar lo en la vida cotidiana por la distancia que necesitamos es más o menos dependiendo del estado de ánimo en el que está una persona, mientras que otras veces nos sentimos como atraídos por ella. Sería desde ese pequeño cerebro del corazón, más allá de nuestros otros órganos sensoriales y de nuestros  análisis intelectuales, podemos poner nuestra confianza en algunas personas más que a otros, sino también en algunos contextos, más que otros. Eso además pondría de relieve, después de confirmación científica, que más es de naturaleza elevada, más es utilizable juiciosamente, y en una buena armonía combinada con nuestro cerebro craneano.

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