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¡Oh! ¡Israel!


Este ¡oh!, no es una palabra de reprobación como algunos podrían reivindicarlo contra Israel, sino el ¡oh! de admiración. Si somos honestos, podemos en efecto estar que admirativos ante la perseverancia de Israel y tantas tribulaciones. Si alguien cree que la iglesia hizo mejor que Israel durante los siglos, entonces que aquél comienza a informarse de todas las exacciones cometidas en nombre de Dios y su Hijo bien gustado, durante la historia de la iglesia cristiana, y que éste lanza entonces el primero la piedra a Israel.

No, no hicimos mejor que Israel, aunque no tuvimos como ellos el peso del pueblo elegido sobre los hombros, observado y espiado por el resto del mundo. No hicimos mejor a pesar del ejemplo vivido que nos había dejado Jesús, y no hicimos mejor a pesar de la presencia ahora posible del Santo-Espíritu en nuestros corazones, desde que el velo separando el Lugar santo del Lugar muy Santo se rasgó en el templo a la Crucifixión de Jesús.

¿Si no hicimos mejor, no hicimos peores? ¡Sí, hicimos peor! Podríamos por ejemplo hablar de las cruzadas, hechas para castigar los que habían perseguido a nuestro Señor, olvidando que Dios su Padre había elegido un virgen Judía para madre. Cuánto herejías de este tipo cometimos en nombre de nuestro Dios. ¡Dios de Abraham, Isaac y Jacob!

Por nuestra fe en Jesucristo, en absoluto somos hijos adoptivos de Abraham, pero eso dábamos el derecho a substituirnos a ellos, como si Dios había olvidado a sus propios niños en favor de una nueva descendencia. Son tales actos que han desacreditado y desacreditan aún hoy, toda la obra de Jesús a la Cruz, aunque algunos de ellos eran encomiables.

Algunos cristianos no se sienten quizá concernidos por estos actos cometidos en tiempo alejado. Pero ¿qué dicen del Holocausto? Esta exterminación programada del pueblo de Dios, como para establecer el reino de este mismo Dios durante las millas años prometidos por sí mismo. Los más jóvenes entre nosotros, tienen todos ascendientes que vivieron esta tragedia humana, menos distante que el tiempo medio de vida de un francés. ¿Somos derechos decir que con el pretexto de que no éramos alemanes, no tenemos que considerarnos culpables?

No se trata de rechazar la culpa sobre algunos pueblos o naciones, pero sobre la naturaleza humana cuyos nuestros padres se revestían, y que hemos heredado. No debemos sin embargo acusar a nuestros padres. Si queremos permanecer honestos: ¿Habríamos hecho mejor que ellos? ¿En absoluto se callaron en tiempo de represión, pero qué hacemos mejor en tiempo de libertad de expresión, de no atrever a elevarnos contra todos estos negadores de hoy de la exterminación Judía? ¿En nombre de qué libertad de expresión actuamos? ¿La nuestra, o ésta de estos negadores, cuyos algunos se dicen sin embargo cristianos? Si esta las suyas, es quizá que somos demasiado flojos o demasiado poco confiando en Dios, para atrever a hacerles frente al menos en palabras, y no mas en actos como desearíamos que nuestros padres lo hicieron en este tiempo de guerra.  

¿Que tenemos de acusar entonces Israel, sus desmesuras de armamentos contra Gaza como las naciones lo hicieron a principios de 2009, sin que nos atreviéramos a decir solamente alrededor de nosotros, cuanto está lógico y casi normal llegar a tales comportamientos? No debemos olvidar en efecto que desde hace ocho años, en razón de una decena de cohetes al día, lo que representa 29200 cohetes más tarde y casi tanta advertencia por parte de Israel, mucho entre nos ya habrían golpeado desde hace tiempo. ¿Si, como francés, nosotros mismos habíamos recibido diariamente estos tiros sobre nuestras propias ciudades, no encontraríamos las represalias normales? Si no elevamos nuestras voces, es que preferimos quizá una vez más disociarnos de Israel por intereses o miedo de represalias. Estas represalias, que el pueblo Judío vivido y riesgo de vivir de nuevo, deben temerse debido a la subida del antisemitismo mundial generado por los que olvidan precisar cuánto se justificaba este derecho a la defensa personal.

¿Qué diremos a aquellos que reivindicaban una guerra honesta a igualdad de armamento? ¿Habría sido normal, disponiendo de un armamento sofisticado que los soldados Israelíes vayan la flor al fusil en las calles de Gaza para hacerse sacar como conejos? ¿Está allí lo que habría sido normal? ¿Estaba normal que durante estos ocho años las naciones hayan seguido subvencionando una reestructuración de Gaza que se utilizaba para la fabricación de estos cohetes? ¿Si cerramos los ojos durante todos estos años, que será mañana con todas las reconstrucciones que deben realizarse y un alto el fuego firmado para solamente un año? ¿A que servirán los próximos capitales?

Está claro que todo cristiano no tiene que idolatrar Israel, y sostenerlo en el error, con el pretexto que se trata del pueblo elegido. Estaría allí un grave error ante el cual debemos seguir siendo vigilantes. No tenemos sin embargo que apoyar la injusticia cuyo sufre Israel debido a que es el pueblo elegido. Somos todos hombres que escriben la historia de la humanidad y no tenemos que disociarnos uno del otro, no más que tenemos que tolerar errores con pretexto de pertenencia a una cultura o a un pueblo. El pueblo Judío y el pueblo Cristiano forman una pareja ante nuestro Dios, la pareja de sus niños que él ama uno como otro.

No debemos olvidar como cristiano que Jesús era Judío, que vino a realizar la ley judía y que aunque algunos Judíos religiosos no le dieron razón, ya que demasiado atados a tradiciones humanas, sus apóstoles eran Judíos y muchos millares de otros Judíos él dieron razón ayer y aún hoy. ¿Con el pretexto de que todos no le siguieron, los que le siguieron deberían recibir el mismo dolor? ¿Nosotros mismos como cristianos vinculados a Jesús, no somos de corazón de los Judíos por adopción? Esta es la razón por la que debemos implicarnos con el pueblo Judío como frente a cualquier otro hermano cristiano y actuar como Jesús nos le dijo. No los juzgamos, sino nos convertimos en los abogados de nuestros hermanos delante Dios, cuando creemos que están en el error.  

Para que nuestros rezos se elevan hasta el trono de Dios en favor de Israel o de cualquier otro pueblo, es necesario que seamos justos en nuestro juicio sin disociarnos de nadie, pero al contrario reconociendo, en calidad de humano, la dificultad de los otros humanos sujetos a más dificultades que nosotros mismos. No podemos acceder a esta verdadera dimensión de corazón, sino por la santificación; entonces Dios podrá retirar el velo también para sus niños legítimos.

No olvidamos nunca que para darnos el derecho a la vida eterna, Dios endureció el corazón de Israel y le a dado en compensación una perseverancia. No hay pues injusticia de Dios de elegir Israel como pueblo elegido, ya que no es un privilegio en detrimento de los otros, no más que una frustración ante todas las desdichas vividas, pero un ejemplo a veces fácil, a veces difícil para nosotros humanos. Si hay un buen ejemplo que deberíamos a menudo seguir, nosotros franceses, está bien esta perseverancia en las dificultades,  que Dios da a aquellos que quieren seguirlo, y no siempre ir a la calle dispuestos a hacer la revolución. Somos a menudo orgullosos de nuestras extravagancias en “buenos francés que somos”, pero también, a menudo, en tan malos cristianos.

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