PRIMERA PARTE
¿DE DONDE VENGO?
CAPÍTULO 2
¡Uf! Tuve mucha suerte.
¿De dónde pues vino?
Soy el último pequeño de una familia de tres niños, y vi la luz el 13 de septiembre de 1946, en una pequeña ciudad del condado del Dunois llamado Châteaudun. Mi padre, mayor de una familia de cuatro niños, hijos de jardinero, era de salud frágil. Ex deportado del trabajo en Alemania, y después refractario, tenía entonces 26 años. Mi madre, 24 años, era la única hija de un par de pequeños agricultores de la región del “Perche”.
Su madre, mi abuela maternal pues, era ese que se llama comúnmente, una mujer de armas tomar. Después de la muerte de su hijo mayor a la edad de catorce meses, había caído en un proteccionismo y una posesividad exacerbada respecto a su hija, que se ha convertida en hija única debido a esta gran desgracia. Había sufrido tanto de la pérdida de este pequeño ser gustado, que no podía concebir la posibilidad de revivir un día, una desesperación idéntica con su hija. La angustia, a veces mismo inconsciente, que estaba afectando la, de una hipotética catástrofe, iba a conducir a esta infeliz mujer, a proteger este según niño con el conocimiento y la enseñanza que había recibido. Era madre y conocía bien los sentimientos proteccionistas que prueban la mayoría de las madres. Rezó pues a una madre, la madre de Jesús, Virgen María. De una madre, pasó rápidamente a otra mujer, luego una tercera, y luego… Rezó además con tanto entusiasmo para la protección de su hija, que se descubriera muy rápidamente de los “dones”, y qué dones! “Tocaba” una quemadura y el dolor se iba, un esguince y la articulación parecía más flexible… Paso los fenómenos para los cuales se creía dotada de “poderes”, para constatar solamente que cuando el mal era demasiado fuerte para “ella”, debía ir a ver alguien más fuerte. Para tener esta aptitud superior, éste debía ser por ejemplo el mayor de una familia de siete o nueve niños. El hecho de que lo fuera una familia mixta, muchachos y muchachas, o simplemente muchachos, o simplemente muchachas, tenía una importancia…
Les pido querer bien disculpar mi falta de precisiones en esta clase de detalles, pero mi voluntad no es transmitirles conocimientos de carácter oculto. Les relato allí por lo tanto, que las palabras que me recuerdo haber oído mientras estábamos a su casa, aislados de nuestros padres. Ella gustaba en estos momentos transmitirnos sus conocimientos que nos dejaban uno y otro perplejos.
Mi madre había pues crecido en la enseñanza católica por una parte, y las desviaciones crecientes de sus padres hacia el ocultismo por otra parte. Podríamos casi decir por suerte, muy pronto mamá había rechazado todo ámbito espiritual, a causa de una herida de infancia que había podido parecer minúscula entonces a los ojos de los hombres. Quizá algunos pensarán: ¿un rebelde, una niña mimada? Quizá… ¿Quizá también una niña sincera que el hombre había herida en su comunión con Dios? Desde este día, iba en efecto a volverse rebelde a toda religión, pero iba a guardar en su corazón la esperanza de un verdadero Dios de Amor.
En su infancia soñaba ser profesora, pero como para prepararla mejor a llegar una esposa modela de un rico agricultor, a partir de sus catorce años, sus padres la colocaron en las explotaciones. Rebelión de la adolescencia ayudando, cambió entonces de explotación, cultivos, vacas, partida algún tiempo sobre París y termina por llegar en una fábrica de vidrios ópticos a Châteaudun. Tenía solamente diecisiete años, entonces toda la familia emigró temporalmente hacia la ciudad. Era en 1939.
Con toda la belleza de sus diecisiete años, iba rápidamente a atraer la mirada de un joven hombre de dos años su mayor. Se llamaba Raymond Meslage, iba a tornarse en mi padre. Todo no tanto rápidamente sin embargo, ya que si el año 1939 habla de sí mismo, hizo a continuación 1940, el éxodo. Mis abuelos, como tanto otros, eran indecisos ir con su hija sobre las carreteras, tanto más que la que iba a tornarse en mi madre juzgaba eso absurdo y se oponía vivamente. Seguro que llegó un momento en que sus padres insistieron, y que mi futura mamá se inclinó.
Durante este tiempo, éste que iba a volverse mi papá, esperaba su incorporación que no vino nunca, a raíz del rápido fracaso del ejército francés adelante del ejército alemán. Era el casi contrario a mamá en lo que concernía la salud. Educada a la granja, Mamá era de fuerte constitución a pesar de su aspecto chiquita, mientras que, educado en ciudad, y de fuerte aspecto a la edad adulta, era él mucho más frágil. Eso tenía, por otra parte, contra cuadrado sus buenas aptitudes intelectuales, y le había acarreado a vivir una infancia un poco tristona.
Sin embargo había todavía sido agradable, y como niño obedeciendo, había sido monaguillo. La familia burguesa que empleaba entonces a sus padres, no habría podido efectivamente concebir, que el hijo mayor de su jardinero, no había sido monaguillo como las conveniencias lo imponían. Por lo tanto, mi futuro papá fue al igual que muchos otros, un niño que se forcejeó y se iba a forcejear toda su vida entre su fe y la educación espiritual que había recibido. Digo esto porque es la imagen que sigue siendo para mí de él.
GENESIS 1 - 1 / 2
En el principio creó Dios los cielos y la tierra.
Y la tierra estaba sin orden y vacía. Había tinieblas sobre la faz del océano, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas.
Fue posiblemente en busca de Dios a través de la obra de Jesucristo, pero estaba muy unido a la Virgen María. Representaba quizá para él la gentileza y amabilidad de mi abuela paterna que se nombraba María también, y que ha logrado comprender y amarle. Sé que si él oraba, al igual que sus padres lo hacían ellos mismos, rogaba a la virgen María. 1
1) Los textos escritos en azul son los pasajes cuyo hablaremos en la segunda mitad.
A la edad de catorce años, ingresó en el aprendizaje de cerrajería. En ese momento, esto no estaba un trabajo suave. El yunque pasa aún, pero el martillo por su parte, era bien pesado para el peso desplumó que era entonces. Poco tiempo después de su certificado de aptitud profesional, en sudor de este duro trabajo, había ido a hacer un recado a moto y regresó alcanzado de una pleuresía. Tenía entonces sólo diecisiete años.
La gente alcanzada a los pulmones, se llamaba en esta época, tísico. No era un título glorioso que el de tísico, ya que la tuberculosis era entonces una peor plaga de masa, que el SIDA hoy día, debido a un contagio a propagación mucho más variada que las simples relaciones sexuales. Creo que sufrió tanto más, de todos estos pequeños frustraciones, que según mis recuerdos de algunas conversaciones, mi abuelo no estaba siempre muy blando con él. Su salud no le permitiendo continuar esta trabajosa profesión de cerrajero, se reconvierte en la electricidad, y se encontró finalmente al servicio mantenimiento de la compañía donde mi futura mamá trabajaba y donde iban a encontrarse.
En mayo de 1941, al día siguiente mismo de la mayoría de mi futuro papá, delante el alcalde y el Sr. la cura, se prometieron uno a otro para bien y para mal.
Habían experimentado el mejor, pero pronto iba a encontrarse con lo peor. Estaba la guerra, y para ellos las dificultades hacían que sólo comenzar. El matrimonio apenas cumplido, papá fue requisado y deportados del trabajo en un polvorín de Baviera. Esto no estaba ciertamente una situación idéntica a la de los prisioneros de guerra, y todavía mucho menos que los desgraciados Judíos o gitanos exterminados por los miles en estos horribles campos de muerte, pero esta "cautividad" iba a ser muy difícil a vivir para los dos jóvenes casados. El alejamiento era tanto más pesado a ellos que su primera niña había nacido de su unión en febrero de 1942, mi hermana mayor Colette, que iba a esperar un año para hacer el conocimiento de su papá.
A este período iba en efecto a beneficiar de un permiso de relajamiento que iba a ser para ellos un cambio de dirección de su vida. Ésta estaba sometida a muchas precauciones por parte de los alemanes, pero un camarada Bretón cuyo deseo estaba “PERMANECER” en Alemania, le propuso de responder de su vuelta, sabiendo que le estaba inútil regresar. ¿Cuáles eran los motivos de este hombre? ¿Creo que ésos no fueron permanecer vivir en el país de sus sueños que estaba para él, Alemania Nazi?
No lo creo, ya que éste al contrario pertenecía a estos resistentes desconocidos cuyo el nombre y la valentía figuran nulo parte y que solo Dios conoce. Muchos de ellos, por los actos de sabotaje, pagaron a menudo sus vidas, para obstaculizar todo lo que pudieron del progreso de la Wehrmacht. Es, sin duda, gracias a muchos de estos desconocidos que estoy escribiendo estas pocas líneas y usted a leer las.
Según lo acordado, papá no regresó pues en Baviera al final de su permiso, y provisto de falsos papeles, comenzó a vivir ocultado en cercano suburbio parisiense. Las dificultades y los peligros que presentaba entonces el menor desplazamiento, no impidieron mi mamá de ir a menudo a encontrarlo. Cogida a veces en bombardeos, arriesgó frecuentemente su vida para algunas horas de felicidad, cuyo iba a nacer mi hermano Juan-Claude en abril de 1944.
La dura realidad de la guerra estaba allí, y antes mismo del nacimiento de su segundo niño, papá debía salir su escondrijo para evitar la Gestapo. Ambos se encuentran entonces acosados, viven en permanente temor de los ruidos de botas en la escalera, la angustia de los bombardeos, la angustia de los abastecimientos de productos prohibidos a noche después del toque de queda. Iban entonces sobre las carreteras dudosas, sin luz a sus bicicletas, con el fin de evitar las patrullas alemanas lo mejor posible. El crujido de las cadenas usadas que saltaban al menor bache de la calzada accidentada, y la fricción de los neumáticos llenos, que se desmontaban de la llanta cada vez que una trampa de las noches sin luna venía a barrerles el camino. Estos ruidos estaban solos que rompían el silencio del cuál podía salir a cada momento la muerte. Tanto para el suministro como para la visita a los padres, hacían así del 45 a 50 kilómetros, el vientre hueco a causa de los racionamientos, encargados como mulas, con la incertidumbre y la obsesión de la patrulla a cada vuelta de rueda.
A este respecto, una pequeña anécdota cuyo relato oí a veces durante mis jóvenes años, me vuelve de nuevo en memoria. Mientras que acababan de salir de la finca de mis abuelos y que abordaban el pequeño pueblo en el cual yo iba más tarde a pasar una gran parte de mi infancia, una luz violenta vino a golpearlos en plena cara, mientras que una singlando voz alemana que parecida de una profundidad infinita, se los atravesó de parte en parte. ¡Halt! ¡Papiere! … ¿Qué hacer?
El espacio de un segundo, habían permanecido solidificados por la proximidad del peligro. ¿Estaban demasiado cerca para huir, pero presentar los falsos papeles, estaba también tanto peligroso que...? El segundo de reflexión seguramente se había perpetuado un tanto, cuando una gutural carcajada vino a aumentar su susto. Una mano se avanzó entonces en el haz luminoso de la lámpara que les deslumbraba y se agarra de algunas ramas de ruibarbo, que mamá transportaba sobre su porta equipajes. El crujido de la ruibarbo bajo los dientes de este buen vivo, sólo precedieron el "Schnell, Schnell" de su acólito, que había sido miedo de la desobediencia del primero.
Uno y otros de mis futuros padres, parece que no se lo hizo repetir una segunda vez, y los pesados pedales de sus muy pesadas bicicletas, no les parecieron nunca tanto ligeras, a pesar de la costa que retrasaba su arranque. Quiero bien creerlo.
Las tropas combinadas ya habían descargado en Normandía, cuando, casi como al cine, a la última hora de la guerra, papá fue reconocido por un colaborador que lo denunció a la Gestapo. In extremis, fallaron tomarle, pero los Americanos estaban a sólo algunos kilómetros. ¡De verdad, llegaban a punto! ¡Uf! Tuve caliente. Antes de ser concebido, he estado a punto de no tener de papá.
¡La hora era sin embargo a las alegrías, terminado las privaciones! En algunos momentos la esperanza, la libertad, la alegría habían vuelto de nuevo en el corazón de cada uno. ¡Comenzaban de vivir sus primeros meses de felicidad después de tanto berenjenal, cuando, al inicio de 1946, mi mamá se dio cuenta de que estaba preñada por la tercera vez! ¿Cómo no entender que mis padres no me deseaban realmente en este contexto? Afortunadamente para me, la píldora no existía y no se legalizaba aún el aborto.
Soy pues un superviviente antes de la hora de interrupción del embarazo u otros actos muy excepcionalmente concebible de nuestra civilización demasiado a menudo irresponsable. Nosotros no están allí para militar contra, ya que ninguna generalización puede ser perfecta, cada caso siendo individual. Podemos constatar sin embargo que damos ahora más fácilmente la muerte que damos la vida, todavía en el nombre del amor que nosotros reivindicamos tener el derecho “a hacer”.
Por segunda vez en algunos meses, se había sido de poco para mí, pero yo iba no obstante a llegar bien vivo. Ni uno ni otro de mis padres habrían pensado entonces hacerme el reproche. ¿Habían sido tan cercanos del los peores a mi aspecto, que me protegieron un poco demasiado quizá?
Pasemos este tema, ya que la profesión de padres es tan difícil, que solamente la escuela de la vida lo vuelve posible. Pasábamos todos los cinco de los años de felicidad, ir a pescar en familia o a los caballitos con mis primos a la feria a mediados de la Cuaresma. ¡Vaya! Como mamá se divertía bien a esperar que estemos de acuerdo de descender, pero estaba recompensada al igual que toda madre, por nuestra alegría de vivir.
Otra cosa me entusiasmaba entonces hasta el punto que hice a menudo la comedia para alejarme, estaba admirar la pequeña bicicleta en el escaparate del negociante de bicicleta, al ángulo de la nuestra calle. Mamá aún se recuerda de mis gritos cada vez que pasábamos delante, pero hablaremos más lejos.
Quizá más o menos cansados por la vida de fábrica, sino quizá también motivados por el interés y el deseo en subir a una empresa, yo no sabría decirlo, en mayo de 1950 mis padres vinieron a instalarse artesanos electricistas, reparadores de radio, en un pequeño pueblo del “Perche”. Este pueblo no era una casualidad y no representaba sus sueños, pero hacían contra mala fortuna bien corazón. La fortuna, no tenían efectivamente y eso iba a ser para ellos una gran trampa. Obligados para instalarse de tomar un préstamo a mis abuelos maternales, de la ciudad de sus sueños, habían llegado justo a tres kilómetros de los padrastros y los posteriores los retrasados padrastros, en este pueblo dónde algunos años antes se entrevistaban con este miembro de la Gestapo comedor de ruibarbo.
Papá distaba mucho de ser el yerno ideal, del que su suegra había soñado para su hija. En absoluto tenía un trabajo que parecía de vanguardia, y había misma fabricado un puesto a galena para recibir Radio Londres durante la guerra, pero mamá no cediendo a las exigencias de mi abuela sobre la elección de su novio, ellos debían tener resultados, si no… ¡Atención! ¡Peligro! El pretexto de este préstamo iba pues a pasar a ser para ellos una verdadera espada de Damocles por la influencia de mi abuela, tanto sobre el par, la familia, como la empresa. Las frecuentes e indispensables visitas a mis abuelos al “Beauchêne”, rápidamente se habían vuelto entonces una subordinación. Estas visitas estaban para mí una alegría, porque con la ingenuidad de mis cuatro años, estaba atraído más por mis amigos los perros, gatos, gallinas, a patos, a conejos. Los problemas de los adultos no me preocupaban.
Este contexto de dependencia, interpeló profundamente a mis padres que lucharon siempre ferozmente para guardar un mínimo de libertad, pero no comprendieron nunca de verdad con quien luchaban. Yo mismo, cuantifico toda la importancia sólo hoy, ahora que yo puedo hacer la relación espiritual entre causa y efecto. Nosotros no abordaremos el tema en esta primera parte, pero lo mantenemos para la segunda.
Entonces el desafío pesaba fuerte sobre los hombros de mis queridos padres, pero toda esperanza estaba sin embargo permitida. Este después de guerra iba a ver en efecto una gran transformación de la sociedad y eso ya se percibía muy bien. El que se haría sitio al sol, viviría feliz, se pensaba. Él podría hasta comprarse un coche, como las granes figuras. ¡Había tanto a reconstruir, " cuando el edificio va, todo va ", se decía entonces!
E iba bien este edificio, había tanto a rehacer y en ciertas campañas a "hacer" simplemente, que toda esperanza estaba permitida.
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