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CAPÍTULO 4


La debacle de mi fe!



No es una coincidencia que este capítulo se llama “La debacle de mi fe”, pero por similitud entre mi propia vida y el período de la Guerra de 1940, comúnmente llamada la "debacle o la desbandada" a causa de la fuga sin mucha resistencia por parte de ejército francés delante el ejército alemán, y su capitulación antes de ser tomado prisionera.

Durante este período de "desbandada" personal el enemigo de nuestras almas, éste que la Biblia llama el diablo o Satanás, se extendería la red en la que me tomará más adelante. Por esto él iba a utilizar la mía puesta en práctica personal de mi adolescencia, y utilizar diferentes puntos de anclaje de mi infancia como los puntos de amarras para esta malla. Viendo el partido por buen camino para él, comenzó a alegrarse de las trampas que había fomentado, pero estaba sin contar con el inmenso amor de Dios, nuestro padre, nuestro creador. Dios el Padre, que dio su único hijo a fin de que quien cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna.

Como estoy impaciente por hablar sobre todas las cosas buenas que veremos más adelante ... Ese enemigo, que había logrado veinticinco años antes para rechazar mi mamá de la presencia de Dios por lesiones infligidas por un hombre, se utiliza la misma estratagema para mí. Yo acababa de hacer esta renovación de comunión solemne y no tengo ahora ninguna duda de que la ceremonia fue hermosa. Les puedo decir sin ningún tipo de pesar, que no me recuerdo de nada. Casi podría creer que esta segunda toma de posición pública no existió nunca.

Les puedo decir que sin embargo yo había actuado en una profunda sinceridad el primer tiempo. ¿Quizá que una secunda vez parecía en el cerebro del niño que era una forma de pantomima, un simulacro, un regreso hacia atrás?

A medida que escribo estas líneas, la memoria vuelve a mí de esto período un poco olvidado, porque hice en efecto esta renovación de la comunión en mayo de 1959 y luego permaneció varios meses sin regresar a la iglesia. Yo tenía en ese época, un amigo de escuela llamado Cristian. Él no había tenido suerte porque desde su nacimiento, tenía un estrabismo y veía muy poco. Era un año mi mayor y aunque es muy manso, no lo escatimó de mi broma de mal gusto, al igual de muchos de mis pequeños amigos. Él era ciertamente un poco ingenuo, pero si me burlaba de él, yo estaba bien a la imagen del hospital que se burla de la enfermería, no teniendo nada que envidiar de él por lo que se refiere a la ingenuidad. Un día de la primavera sesenta, tomados uno y otro de un impulso hacia Dios, abordamos juntos este bonito tema de la fe. Nostalgia del pasado que ayuda, para los “adultos” que nos creemos devenidos, nos orientamos naturalmente delante de la iglesia, la “Casa de Dios”, a la cual encontramos la puerta cerrada. Me parece que golpeamos varios veces a la porta, sabiendo de que estaba siempre abierta, y permanecimos allí un buen momento para conversar de las obras de Dios, con la esperanza en el milagro que se abre.

Nos disponíamos a descender la gran escalera de piedra, decepcionados de este imprevisto, cuando vimos llegar esta pequeña parroquia sacerdote con nariz afilada, del cual yo hablé en el capítulo anterior. No sé si su aspecto estaba menos áspero que otros días, pero en el momento sólo Dios vimos en él. Estábamos en la gloria a verlo subir las primeras marchas en nuestra dirección. Era un poco como si el Señor él mismo, se dirigió entonces hacia nosotros.

Estaba evidentemente confundir entre el maestro y su servidor, entre éste que “es”, y éste que tiende a ser. No me acuerdo con certeza de los términos exactos que empleó para dirigirse nos, sino tengo sin embargo la memoria de la ducha que tomé entonces. Acompañado por una mirada de desdén, él se mofó nos de algunas palabras heladas del estilo: "¿Qué hacéis por allí, banda de pequeños matones? Hicisteis solamente vuestros pascuas?" 1  No dice más, y siguió su camino sin tomar el tiempo de escuchar lo que teníamos que decirle. Seguramente, habría entendido entonces su error…


1) Pour la religion catholique, faire ses pâques est au minimum se confesser devant le prêtre et communier le jour de Pâques. (Pour les Juifs : C’est respecter tous les rituels de Pessah)


El encanto se había roto repentinamente para nosotros, y se había transformado en jarro de agua fría. La herida había sido rápida pero profunda, iba a poner veinte ocho años a volverse a cerrar.

¿Estaba más culpable que otros, este pequeño hombre en dirección de quien descendimos feliz, sin saber lo que nos esperaba? ¿Tenía una vida más mala que otros? ¿O no estaba más bien su timidez, su enfermedad o su siesta parada prematuramente por los dos pequeños casquivanos que estábamos? ¿Qué sé?  ¡Solo Dios lo sabe! ¡Que Dios perdona à él sus algunas pequeñas malas palabras que entonces nos fustigaron! Ojalá  que no me dirijo más malo a de los niños, que este hombre lo hizo entonces hacia yo, que ya no era más un niño, sino un adolescente.

Lejos de mí en efecto la idea de considerarlo como responsable de todos mis errores. Sin ninguna duda cometió una falta hacia un más pequeño que él, pero si Dios utilizó eso con el fin de probar mi fe en él, no está a mí de condenar al hombre que se sirvió, aunque los actos de éste no estuvieron los mejores. No debemos olvidar nunca la quinta orden de Dios “honra a tu padre y a tu madre”, ya que este hombre hace partido de mis padres en la fe. Sería en efecto intentar disimular mí falta de haber colocado mi confianza en el hombre, más que en Dios él mismo. Y luego, no dramatizamos nada, ya que aunque estas circunstancias iban a ser el fenómeno que desencadenó mía decadencia espiritual, no me impidió sin embargo de vivir.

Quiero para prueba que este “par de bofetadas”, representó mucho menos para mí, que los algunos días que pasamos en familia sobre la costa salvaje cerca de Quiberon este año. Vivíamos absolutamente no en un hotel de lujo, pero en una tienda de campaña de empréstito, hicimos el camping salvaje y fuera de los gastos de viaje, los gastos estuvieron casi inexistentes. Fue sin embargo para nosotros todos inolvidables momentos de evasión y una inagotable fuente de recuerdos. Mis padres tenían tanto más que evadirse de las preocupaciones diarias, que la salud no estaba la más floreciente. A todos los gastos de mis falsas enfermedades, cada uno nosotros recibía de los cuidados dentales muy costosos, y de los estados de deprime tanto para papá que para Colette habían venido adjuntarse. En esta época, los artesanos y comerciantes no beneficiaban de la seguridad social, es pues inútil enumerarles los problemas que eso causaba a ellos.

En 1958, dos años antes del tiempo del que hablamos, mis padres dándose cuenta de que controlaban bien cada vez menos la situación, ya habían estado a punto de cesar toda actividad comercial. Habían entonces tomado cita cerca del notario del pueblo para poner todo en venta, pero éste había sabido convencerlos de que la llegada del general de Gaulle al poder iba a curar todo. Por falta de bien distinguir las fuentes de sus problemas, habían bien querido creer lo, pero cometieron entonces el segundo gran error de su vida, la primera siendo haber tomado prestado dineros a mis abuelos maternales para instalarse.

Podíamos ver casi diariamente el fruto de este primer error, tanto eso los habían sometido al yugo de mis abuelos, que no había nunca dejado de crecer. Lo decía a ellos en las primeras páginas, el autoritarismo de mi abuela era casi enfermizo, y de una manera o de otra, llegaba siempre a obligar a mis padres a dar cuentas a ella sobre todas actividades de ellos. Si no conseguía o si, como casi sistemáticamente, ella tenía dudas, nos cuestionaba insidiosamente de un aire inocente. Bien raramente nos chivamos cuando, por adelantado, habíamos recibido la consigna de decir nada de un pequeño desplazamiento o de un pequeño extra. No estaba generalmente más que banalidades, pero estaba necesario que dirigiera todas las cosas y que cada uno esté a su disposición.

Desde su llegada en este pueblo, mis padres a menudo habían estado requisados por ella para conducirla hacer peregrinajes o conducirla a ver “gente”. Gente que tenía poder de éste, poder de esto. Más avanzaba en estas vías, más la vida se volvía insoportable alrededor de ella. Estaba resentida contra todos sus vecinos, acusaba a todos sus hermanos y hermanas de brujería u otras cosas similares, incluso mi abuelo que no podía ya soportarla, tanto estaba  necesario que ella dominara sobre todo lo que podía moverse. ¿Cuánto debía ella ser torturado por todos sus temores para actuar así?

Alrededor de este período de los años cincuenta ocho, sesenta, ella tomó en pensión a dos niños colocados por su madre a la asistencia pública. La pequeña tenía dos o tres años y el muchacho aproximadamente cuatro a cinco. Habíamos todos podido constatar desde numerosas años, la diferencia que siempre había hecho entre muchachos y muchachas. ¿Era el sufrimiento de haber perdido su propio hijo a cinco años, era…? Lo que sé, es que fue a menudo horrible por nosotros de ver esta abuela, la que era nuestra abuelita, como si hostigando a destruir moralmente este pequeño. Los malos tratos sólo dejaban pocas huellas físicas, estaban de una clase mucho más perniciosa. Daba por ejemplo un cuadrado de chocolate al muchacho y cuatro a la pequeña. Si bosquejaba entonces de poner menor mala cara, todo el chocolate iba a la pequeña, mientras que le recibía la azotaina para curarlo de sus envidias. En el mismo estilo estaba compartir por ejemplo un trozo de carne del cocido en dos partes iguales. El magro iba a la pequeña, el gordo al muchacho, e mismo si debía tener de la náusea a cada bocado, salía nunca de tabla sin tener todo comido. Aún en otra clase, estaba ponerlo en los pañales y mantilla apretados, mismo en pleno verano, y ligarlo en la cama a fin, pretendido, para evitarlo de caer. Cuando alcanzó estos límites, madre se enfadó y la amenazó de hacer venir a un inspector del DAS (Dirección de los Asuntos Sanitarios y Sociales). Sus maniobras cambiaron un poco entonces, pues luego ambos fueron reanudados con la madre.

Mi objetivo no es acusarla a través de estas algunas líneas. Hacen solamente que destacar la tristeza de la condición humana cuando se le vive sólo a través de uno que parece de piedad vinculada a una mala espiritualidad. Aquélla misma, que los hombres se imponen para ser agradables a Dios los días de cultos, pero que no cambia nunca los corazones. Pienso por otra parte que el sufrimiento moral del pequeño, sólo tuvo igual el de esta pobre mujer con la muerte de su bebé amado. Cuánto fue necesario en efecto que ella misma haya sufrido para llegar a estos comportamientos tan miserables!

Debo reconocer que en esta época, yo no pensaba de verdad así y yo no estaba el solo. Hablábamos a menudo de ella en familia en términos poco elogiosos, ya que no comprendíamos entonces lo que podemos extraer hoy, con la perspectiva que tenemos. El tiempo no estaba alejado en efecto que Juan-Claude y mí, nos estábamos hasta cierto punto encontrados a la plaza de este pequeño niño. Además él se llamaba como yo. Me recuerdo por ejemplo, esta vez donde ella decidió de hacerme “menos delicado”. Yo debía tener más o menos nueve o diez años y mientras que estábamos solos con ella, había preparado el cene sólo al graso de buey. Me recuerdo aún de esta agua caliente, sobre cuál sobrenadaban estas grandes aureolas amarillentas que me dieron tanto de náuseas. Reconozco ahora que de por el mundo, muchos niños habrían sido, y serían aún hoy muy felices. Fue para mí un pequeño suplicio, que Dios gracias, no me hizo morir sin embargo. Este tipo de maniobras aportaba muchos sufrimientos morales a toda nuestra familia, pero mis pequeñas humillaciones estaban en realidad pocas cosas, en relación de las dificultades que mis padres ya vivían desde hace varios años.

Los impagados seguían multiplicándose en sus recursos, y su endeudamiento crecía desgraciadamente en las mismas proporciones para sus proveedores. Se volvía pues vital de cesar la actividad artesanal o desarrollarse en un sector más portador y sobre todo más fiable. Creyeron haber encontrado eso por la electrificación de salón de actos, cuyo control de obra se confiaba a arquitectos. El anticipo de capital estaba en relación de la importancia de las obras, pero estaba un poco jugarse el todo por el todo, el dado de última suerte. Las promesas estaban además muy apetitosas según el registro de vencimientos, entonces cueste lo que cueste los planes de trabajo fueron tenidos. A menudo reunimos todos nuestros esfuerzos detrás de nuestro pobre papá, pero el registro de vencimientos siguió nunca.

Tal adversidad tenía en absoluto un origen espiritual vinculado a su propia persona, pero no lo abordaré en esta obra, esta parte del pasado no me perteneciendo. Debieron entonces muy a menudo correr en busca de algunos francos que permitirían regular la inevitable factura, correr en busca del proveedor complaciente que concedería el plazo suplementario, pero como por otra parte papá quebraba inexorablemente en el desaliento, estaba siempre partido diferido. Se comenzó entonces a verlo en un desconcierto de lo más total, hasta no poder ir trabajar. Cada mañanas, a menudo durante horas, él iba del coche a la cocina, se servía algunos centilitros de vino, a veces mismo no lo bebía, daba la vuelta comprobar si tal herramienta no faltaba, regresar de nuevo, volver a salir… Él no tenía entonces ningún poder de toma de decisiones, ninguna energía.

No les ocultaré, que en estos momentos él no bebió a veces un poco demasiado, ya que sexto de vaso por sexto de vaso, llegaba a él bastante a menudo, de beber más que habría sido necesario. El problema no estaba allí, pero ante la incomprensión de tal adversidad no podía superar más su angustia.

¿No sé si fue todo este contexto que interpeló especialmente a mis padres o si fue las palabras cuyo escuchábamos a veces hablar, los dos quizá? En una explotación que existe aún hoy, todas las vacas se murió el mismo día, y lleno de otros detalles de los que me no me acuerdo muy bien, a causa se decía, de actos de brujería. Según sus conocimientos, mis padres se dirigieron pues al igual que mi abuela lo hacía, hacia “gente” que tenía aún y siempre, de los “poderes”, contra los hechizos.

No quiero decir por allá que el par que había venido a visitarnos no era sincero, pero sé ahora que las pequeñas bolsitas de sal que esta gente nos hizo llevar “para protegernos de las malas suertes”, no podían por su parte, hacer nada más que salar la sopa. Volvieron a salir de la casa, diciendo que se descubriría bastante rápidamente que cercanos actuaban por prácticas ocultas sobre la familia. Eso iba a ser efectivamente el caso algún tiempo más tarde en circunstancias bien dolorosas, pero guardaremos sin embargo nuestra cronología.

Desde el inicio de este capítulo, apenas hemos avanzado en el tiempo y estamos permanecido en los años cincuenta nuevo, sesenta, año de mi certificado de estudios. Mis faltas de ortografía no me dificultaron demasiado seguramente, puesto que yo lo tuve. Como lo habían hecho para mi hermano y mi hermana, a pesar de su situación que estaba a bordo del pozo sin fondo, mis padres me ofrecieron una muy bonita bicicleta nueva. Estaba terminado la vieja bicicleta repintada sobre la cual yo había instalado por medio de un grande interruptor rotatorio, un sistema faro delantero / luces de cruces, con el fin de no deslumbrar a los automovilistas. Yo disponía ahora de ocho marchas, entonces cuando iba a hacer pequeños compras para mis padres hasta Nogent-le-Rotrou, mi mejor cronómetro no tenía ya ningún proporción con el del último tiempo, piensan, yo ganaba al menos diez minutos sobre la ida y la vuelta.

Fue rápidamente estrenada esta bonita bicicleta, ya que desde el inicio de las vacaciones, con Serge, un amigo de infancia, fuimos a bicicleta y Jean Claude a ciclomotor, hacer ocho a diez días de camping libre sobre las costas normandas. Nuestro equipamiento era un poco sumario y nos pasó de deber comer patatas casi crudas, pero todos los tres guardamos un recuerdo formidable de ese viajo.

Como siempre, mis vacaciones se cumplieron bien este año, ya que más allá de todos los pequeños empleos diarios, me seguía siendo mis construcciones “navales” en cada uno de mis pequeños momentos libres. Yo había algo crecido y mis barcos en absoluto habían crecido conmigo. Construí en efecto dos muy bonitos veleros durante mi adolescencia. El primero navegó a la voluntad del viento hasta el día en que lo desmonté casi enteramente para ponerlo un motor eléctrico. Otro, más grande, navegó sin vela, porque yo tuve nunca los fondos disponibles para construir el velamen y perdió la pasión de los veleros con mis sueños de niño.

Yo había fabricado éstos, en una pequeña casa que mis padres habían comprado hacia los años cincuenta cinco, cincuenta y seis, con el fin de servir de taller de reparación de radio. Me gustaba quedar allí solo, conducido por mis sueños de grandes viajes en el mar. ¡Me sentía bien allá! A mis catorce años, cuando comencé los cursos por correspondencias para BEPC (certificado de educación secundaria) como mis mayores, me instalé pues allí. Yo pasaba la mayor parte de mi tiempo en una de las partes que había preparado en oficina, pero mi asiduidad no iba no obstante a preservarme de un bien craso error. Yo debía tener catorce años y medio, quince años, y por consiguiente comenzaba a soñar de mujeres. Ciertamente ya había coqueteado con unas o dos pequeñas amigas, pero a mi gran vergüenza inconfesada, no había aún visto el cuerpo de una mujer desnuda. Yo lo vivía como una ignorancia avergonzada que no me atrevía a no reconocer a nadie, con una forma de obsesión que iba empujarme a bien malos actos.

No podría decirles para qué razones, mi hermana había venido lavarse en la parte vecina a la de mi lugar de trabajo, pero sé que estaba venido. Estas partes eran sólo separadas por una vieja puerta hendida y mismo si yo había deseado resistir a la tentación que se ofrecía a mí, ella rápidamente se volvió en demasiado grande, insoportable. Yo conocía todo el disparate y la prohibición, pero no podía resistir a esta tentación.

En la misma actitud de corazón que cuando me había reducido a copiar sobre mi pequeño camarada de clase, me reduje entonces en una profunda aversión de mí mismo, tal como empujado por una necesidad perversa pero necesaria, a mirar por la raja de esta vieja puerta. No lo hice ordinariamente, como por corazón en la alegría de una ganga imprevista, sino bien en el abatimiento moral que hace toda la diferencia, por eso tendremos la ocasión de volver a hablar en la segunda parte.

Pienso que fue hacia esta época, después de la desaparición de mis sueños de evasión de hacerme a la mar y la construcción de mis veleros, que nació progresivamente en mí, este deseo latente desde la pequeña bicicleta en el escaparate, de hacer la competición ciclista. Yo soñaba ante mis ídolos de la vuelta de Francia y las muy largas y gloriosas etapas que realizaban me maravillaban. Me identificaba con ellos en sus hazañas personales, y una oportunidad de hacer asimismo iba pronto a madurar en mí. Colette había algún tiempo trabajado al correos en frente nuestra casa, y había terminado por tomar su desarrollo. En la primavera 1961, mientras que ella hacía un desplazamiento en Orleans, el pensamiento me vine de visitarla. La idea de mi primera expedición solitaria a bicicleta había nacido.

Vivíamos a noventa kilómetros de allí, y con mis catorce años y medio, la inaccesible hazaña habría sido hacer los ciento ochenta kilómetros en el mismo día. Le decía a usted hace unas páginas, para la construcción muy rápidamente abandonada de este tren eléctrico, éste me había aportado el reflejo de evaluar las dificultades y mi motivación, antes de emprender grandes cosas. Esta vez preparé pues bien todos los detalles y con el acuerdo y todas las recomendaciones de mis padres, un jueves por la mañana al levantado del día, yo tomé la dirección de Orleans.

Yo no había olvidado la boya de ayuda, ya que una parada estaba prevista en mis abuelos paternales a Châteaudun, otra en un tío veinticinco kilómetros más lejos, aún veinticinco kilómetros, y yo estaba en Orleans. Las mismas etapas al retorno estaban previstas sabiendo que si el resultado estaba por encima de mis fuerzas, yo podía siempre recibir la hospitalidad sobre mi regreso. A la noche mismo, hacia las siete de la tarde, las siete y treinta, yo había realizado la hazaña. Los últimos kilómetros no habían pasado sin dificultad, pero estaba satisfecho. Había faltado la cita con mi hermana, pero yo había conseguido a superarme.

Muchas circunstancias iban entonces a precipitarse durante esta derrota, y yo no les garantizo necesariamente el buen orden, pero no importa. Tuvo en primer lugar, la congestión cerebral de mi abuelo paternal que guardó cama durante siete meses en un medio-coma. Durante todo este tiempo, mamá iba a deber ir a su cabecera tres de cada cuatro días, con el fin de compartir las dificultades con mis tíos y tías y papá quedó por trabajar. Creo recordarme que durante este período especialmente doloroso para él, a nivel moral y salud, se había un poco consolidado ante las dificultades financieras. El hecho de que Colette se convirtiera en independiente por su trabajo a los correos, así como Juan-Claude que la había seguido en la misma vía, le estimuló quizá un poco, tanto más que mis quince años apenas cumplidas, yo iba a tomar el mismo camino. No estaba ciertamente más que un pequeño suplemento al presupuesto familiar por mi parte, pero en paralelo a mis cursos por correspondencia, comencé a trabajar dos horas al día a la oficina de correos enfrente la casa.

Al día siguiente del entierro de mi abuelo, el corazón en un puño, me detenía aún a leer los anuncios de entierros en el Diario local, cuando totalmente por casualidad mi mirada se paró sobre un pequeño artículo que anuncia la reunión general de la Bicicleta Club Dunois que proponía sus servicios a nuevos neófitos. Mi sangre sólo hizo una vuelta, yo no sabía cómo hacer hasta entonces para convertirme en ciclista, y allí, la puerta me estaba abierta grande. Mi insistencia fue pues grande ante papá que estaba muy reservado ante mi entusiasmo, pero terminó por ceder y me acompañó. Cosa inesperada para mí, el instructor de los cadetes era por casualidad uno de sus mejores compañero de clase. Me permitió pues hacer mi petición de ficha inmediatamente, y algunas semanas más tarde, con mi muy pequeño salario, me compré una bicicleta de carrera de ocasión con la cual comencé el entrenamiento al inicio de diciembre. Al Santo Silvestre hice mi primero ciclocrós y el tres de marzo siguiente mi primera carrera sobre carretera.

Mucha agua había pasado bajo los puentes desde la pequeña bicicleta en el escaparate, pero la pasión había seguido siendo la misma.

Algunos días después de mi primero ciclocrós, Colette encontró éste que el Señor destinaba a ella y se casó. Yo tuve pues un nuevo amigo, un nuevo hermano, un cuñado, Gilbert. En el civil, era peluquero y como estaba entonces al servicio militar, era aún peluquero. Fue pues un perfecto militar porque creo que llevó nunca un arma.

Durante todo su tiempo de ejército, a pesar de todas las angustias que sentaba a permanecer aislada, Colette siguió reemplazante de administrador de correos. Se deprimía siempre más o menos a causa de distintas circunstancias familiares y al choque moral que tenía súbito algunos años antes, por la pérdida de un compañera de clase muerta en un accidente de tráfico. Esta primera catástrofe la había demostrada profundamente, pero otra, bien más terrible aún, iba como destruirla y afectarnos profundamente todos.

Una compañera y amiga de escuela, Thérèse, había entrado al igual de Collette, en el mismo empleo reemplazante de administrador de correos. Eso había consolidado entre ellas dos, una amistad ya existente, sino iba a ser todavía más destructivo debido los acontecimientos. Una noche, uno de su colega, agente del mismo servicio que las dos, había venido a encontrar a Thérèse a su restaurante habitual. En final de comida, se habían separados delante la oficina de correos donde ella trabajaba, pero en los minutos que seguían, él volvió de nuevo sobre sus pasos hacia ella. Inocentemente ella abrió de nuevo…

¿Qué había de más banal, entre colegas? El día siguiente por la mañana, a la llegada de los factores, ella fue descubierta bañando en su sangre. Ello la había perseguido, la había martillada, y había terminado por matarla insertándole un cortaplumas en la sien. Ella no había dado la combinación de la caja fuerte a pesar de su martirio, aunque el vuelo haya sido el único móvil del crimen.

Tal desgracia conmocionó muchos empleados de correos de la región y a nuestra familia en particular, pero Colette, puesta de muy largos años a reponerse de eso.

Aunque muy sacudido como cada uno, mi vida no se paró allí sin embargo con su implacable eterno cotidiano. Mi trabajo había pasado a tres horas al día de oficina, mis cursos por correspondencia, mi entrenamiento ciclista, el mantenimiento de mi bicicleta, las carreras, yo no tenía tiempo de pensar en la otra cosa.

¡Pero, seguro que sí! Yo iba a olvidar: ¡Las jóvenes muchachas! Fue este año que dejé, en último extremo, de observar una de mis vecinas como mi futura esposa. Una grande, piensan pues, tenía un año más que mí, yo no la interesaba. Ella había sido la primera porque yo estaba enamorada de ella desde mis diez años, pero después, de las primeras iba a tener muchas otras. Como para la derrota de mi fe, eso iba durar veinticuatro o veinticinco años, y implicarme en muchas congojas. ¡Pero no vayamos demasiado deprisa!

Apenas algunos meses después de la muerte de mi primer abuelo, el segundo cayó enfermo. Aún una travesura infeliz de mi si “suave y cariñosa” abuela maternal de la que ya les hablé desde mucho tiempo. Era el invierno, había nevado en el día, y ella tosía. Era obviamente igualmente dominadora con su marido, que podía serlo con el resto de su familia. Parece que mi abuelo se tomaba mal para poner ventosas. Eso era muy posible, pero está todavía para tener la paz, que ello fue a buscar mamá de noche, a pie, a través la nieve y un viento helado, mientras que tres kilómetros separaban las dos casas. A cinco ciento metros del objetivo él cayó, y en esta tormenta helada, no pudo volver a levantarse. Recibió ayuda mientras que era a mitad muerto de frío, y siguió siendo tetrapléjico. Una vez más, madre se sacrificó tanto como ella lo pudo. En una situación similar al anterior, el contexto fue opuesto, ya que tanto mi abuela paternal era realmente dulce y agradable, tanto allí…, pero no nos repitamos.

Para mí que encubría enteramente mi timidez detrás de mis fanfarronadas, fue una muy pesada desventaja que Dios permitió. Un complejo que me siguió mucho tiempo, aunque nadie se dio nunca realmente cuenta.

Permiten mí de destacar entre paréntesis, cuánto en estas cuatro últimas líneas, existe una profunda realidad espiritual que yo mismo tuve la ocasión de experimentar. Desde luego, lo veremos en la segunda parte, para destacar la manera que utiliza el enemigo para disimularse.

En los meses que siguieron, al igual que Colette había recibido un muy fuerte choque moral por la muerte de Thérèse, Jean Claude iba a sufrir uno de importancia. Había tenido su permiso de conducir y a menudo iba al Beau chêne (Belleza-Roble) en mis abuelos, para hacer las compras a ellos; o simplemente transportar a mi abuela que “había puesto momentáneamente mucha agua en su vino”. El había permanecido a ellos más adjunto que yo podía serlo, y mis padres sentían más lástima por ella que de resentimiento, lo que había permitido nivelar temporalmente las relaciones. Un día, volvía de nuevo con ella como al acostumbrado, sin que nada dejó suponer de una situación anormal. Él abrió así el alto de la puerta a dos batientes en la indiferencia natural de sus diecinueve años, pero permaneció solidificado por el estupor y el desasosiego delante del espectáculo de nuestro abuelo colgado al cabo de una cuerda. Durante este pequeño tiempo de soledad, a pesar de su entera parálisis, por qué fuerzas demoníacas había encontrado suficientemente energía para organizar todo. Él había debido colocar una mesa bajo un gancho que soportaba una pesada suspensión a petróleo, puesto una silla, encontrado una cuerda que había ido a ligar al límite máximo, hacer un nudo… No podía ya servirse, ni de sus manos, ni de sus piernas. Estaba necesario hacerle comer, levantarle en grandes sufrimientos para que haga sus necesidades. Había ido seguramente a sacar fuerzas en su demasiado grande desamparo y toda la desesperación de su vida, para llegar allí.

Fue enterrado en el cementerio de su pequeño pueblo y una vez más, al margen de todas estas tribulaciones, la vida siguió.

No sé si se trata de un conjunto o simplemente el hecho de dejar momentáneamente la bicicleta debido a mi molesta enfermedad, pero este período señala también el inicio de mis salidas del sábado por la noche.  Fue entonces que yo conocí mis primeros estados de embriaguez y los bailes que no se terminaban ante la madrugada, a ver la mañana. Durante una de estas salidas, por cima de desgracia, Jean Claude que manejaba ciertamente bastante rápidamente, pero tenía una muy buena destreza al volante, tuvo un accidente sobre la última placa de hielo, el último domingo, de la última semana, del último mes, del largo invierno sesenta y dos sesenta y tres. Después de haber reparado algunos meses antes la frágil caja de cambios de Panhard, en cada momento de ocio, nosotros nos atendieron así sobre la carrocería. Mis esperanzas de éxito al certificado de educación secundaria, casi completamente se habían esfumadas con las paperas y yo no hacía ya mis cursos que en punteado. Yo había comenzado a reanudar difícilmente la bicicleta, en cuento a mi trabajo, iba tirando. Es entonces que yo tuve la oportunidad de ser escogido por la dirección de los servicios postales, a la misma función que mi hermana, como administrador interino de correos sobre el departamento de Eure-et-Loir. Cierto que yo no era titular, puesto que no había pasado ninguna oposición, pero me encontraba a menos de diecisiete años con un salario, comprendidos desplazamientos, de cerca de el doble del salario mínima garantí del tiempo. Yo fui así a ir de ciudad en pueblo, ocho días aquí, un mes allá durante más de dos años.

Cansados de ver al alguacil, mis padres iban ellos también a dar la vuelta a la página este mismo año. A algunos meses de intervalo encontraron uno y otro un empleo asalariado en una gran empresa nogentaise. ¡Jean Claude en cuanto a él, fue al ejército durante dieciocho meses, y se casó a su vuelta! Odette se tornó mi cuñada.

A la proximidad de mis dieciocho años, en julio de 1964, comencé a tomar cursos de código y conducción con la esperanza de poder por fin descartar mi viejo ciclomotor. En septiembre, seis días después de mi aniversario, conseguí mi permiso de conducir desde la primera vez. El domingo de antes yo había ido a comprarme mi primer vehículo de ganga, regresó así con el bonito “Simca Aronde” negro que Jean Claude y papá había ido a buscar durante mi examen.

Una cosa por fin para la cual yo había llegado a ser a la altura de mi “gran” hermano y mi “gran” hermana, que lo había tenido, ellos-también desde la primera vez. No es tan simple ser el pequeño último, cuando se observa un poco demasiado a los “grandes” modelos que se tienen ante sí mismo. Cuando creemos llegar a sus nivel, ya están partidos más lejos, imposible de marchar a sus lados. Por otra parte, yo iba de amorío en amorío, me parecían más bonitas las unas que otras. Yo contaba mis resultados. Perdona mí, Señor, todos los sufrimientos que yo pude así, infligir a los otros.

Tenía una que se recortaba mucho sin embargo del lote, Caroline. Era parisiense y yo no iba a menudo a verla. Al fin de semana, cuando por casualidad me volvía, ella estaba, siempre, siempre, siempre disponible y me esperaba. Era tanto feliz de verme que se reía, se reía de felicidad y alegría. ¡Bueno mí! ¡Me creerán si quieren! ¡El grande fanfarrón acomplejado que era, el seductor de estas damas, me quería, me quería, me quería! Solamente he ahí, cuando ella se reía de felicidad, yo creía que se burlaba de mí. Me imaginaba que en mi ausencia, iba a ver otros. Todo abría podido probarme mi error, pero yo estaba: ¡Celoso! Y luego, un día, a mi llamada telefónica a bajo de en ella, descendió también rápidamente unírseme que a su práctica, pero no reía mas. Yo había permanecido a los menos dos largos años sin dar señales de vida, ella había perdido paciencia. La había hecho demasiado sufrir, iba a casarse. Un momento vaciló de volver de nuevo hacia mí, luego se acordó seguramente todas las horas pasadas por esperarme en vano. Nos separamos uno y otra muy tristes, porque en mi corazón no era ya de la tristeza, pero una profunda desesperación. Es a causa de este amor faltado que durante una veintena de años, llamé todos mis coches “CAROLINE”. Que de desdichas, que de sufrimientos infligimos uno a otros por nuestras incomprensiones. El hombre hace el mal que no quiere hacer, pero no hace el bien que querría hacer.

Él me fui necesario una segunda experiencia casi similar, para entender y rechazar los celos y la sospecha, no encontrándome digno de tales bajezas.

A fin de aportarles el desenlace de esta historia, precedí un tanto su cronología final. Hacia el tiempo de los años sesenta cuatro, sesenta y cinco, seguía pues haciendo carreras ciclistas, pero era cada vez menos asiduo a los entrenamientos. Allí aún, me recordaba de las críticas amargas que había emitido algunos años antes, cuando comenzaba en el ciclismo y que una “Maestro” a mis ojos, derrochaba su energía festejando más que de razón, la víspera misma de las carreras. En este ámbito también yo puesto así una piedra en mi cesta, entendiendo que nos convertimos a menudo en peores que los que juzgamos.

Antes de ir al ejército, como me lo había preconizado la bondadosa administradora de los correos que nos había conducido uno y otro en esta vía, pasé una oposición para titularizarme con el fin de beneficiar de la seguridad del empleo a mi retorno. Yo no escogí en absoluto el más difícil, al contrario. Como mi hermano lo había hecho antes de mí, pasé una oposición de factor. Por ello, algunos meses antes de mi incorporación, yo tomé como disfraz, una bonita ropa azul marino, para ir de puerta en puerta depositar el correo en los buzones.

El trabajo no me desagradaba en él mismo, sino era tanto repetitivo, que yo mismo no me sentía en mi elemento. Es necesario decir que en la oficina parisiense en la cual yo había llegado, reinaba un ambiente desastroso de vulgaridad que no representaba en absoluto mi natural. No quería sin embargo chocar y yo tomaba así en la misma actitud que otros. Debido a que copiaba, yo era a veces más vulgar seguramente todavía, porque no conocía los verdaderos límites, pero no era mí. Puedo decir que a pesar de mis esfuerzos de adaptación e integración, el ambiente en esta inmensa oficina de clasificación era tanto vulgar, que yo tuve sin cesar la impresión de ser un otro, de vivir otra vida que la mía.

La vulgaridad y la obscenidad eran tales, que estaban como un degradación, una depreciación voluntaria de cada uno. Creo sin embargo que individualmente, cada uno era intrínsecamente diferente, y guardo un buen recuerdo de aquéllos que conocí mejor. Estaban por la mayoría, atentos, afables, cortesanos, pero el efecto de grupo era de verdad que dañino más, y creo que ninguno escapaba realmente a eso.

El cuatro de noviembre de 1965, el día del aniversario de mamá, yo estaba llamado a servir a la bandera y fui incorporado en suburbio parisiense, a Montlhéry.

Los meses pasaron, y así como caen las hojas bajo las borrascas de otoño, las ilusiones de mamá con, respecto a sus padres, iban de un golpe a esfumarse. Le recuerde, las “gentes” que había anunciado las prácticas ocultas de prójimos, nos llegamos allí.

El verano había pasado y mi abuelo estaba siempre paralizado. Un día de otoño, mamá llegó de improvisto en mis abuelos, y sólo encontró a mi abuelo muy desplomado en su cama. En una espontaneidad evidente, se avanzó para volver a levantarlo, volver a sentarle, pero movido como por un gran susto, ello intentó impedirla. Mamá no entendió e insistió, pero la misma situación se reprodujo. ¿La tercera vez no tomó en cuenta y descubrió, cima de sorpresa, dos libros bajo sus almohadas??? ¡Ello no podía obviamente leer desde mucho tiempo! ¿Qué hacían allí en ese caso estos libros, mientras que ello había nunca leído? ¿Qué asombrosa cosa? Como muda por una forma de incredulidad ante este descubrimiento, a pesar de la prohibición expresada por los ojos de su padre, se coge de estos y leyó el título del primero. ¡Oh! ¡Sorpresa! ¡Oh! ¡Estupor! “Estos maravillosos rezos de los brujos y brujas”.

Fue para mamá, el más grande par de bofetadas que recibió nunca de la parte de sus padres. Una montaña habría caído sobre la cabeza de ella, que ya no se habría estado pasmada más.

Según las declaraciones de mi abuela, estaba él que la obligaba a tener esta clase de prácticas… Quizá… Eso no es cosa mía. Fue ella sin embargo que se enfadó y usurpó estos libros de las manos de mamá. Fue todavía ella que dice más tarde no poder destruirlos, porque haberlos ya dado… ¡Resumiendo! Pasemos, ya que la vida avanzaba y este tipo de reflexiones no nos aportaría nada de positivo.

Al invierno sesenta y dos, sesenta y tres, algunas semanas por consiguiente después de los hechos de que acabo de informarles, yo estaba por mi parte siempre tomado en el engranaje, curso por correspondencia, trabajo a los correos, en este momento cuatro horas al día, los entrenamientos, las carreras, porque tenía los ciclocrós de invierno, las señoritas, cuando una epidemia de paperas se declaró. Yo era muy fanfarrón, como mucho lo son a dieciséis diecisiete años, pero ciertamente mucho más allá de la media y aún, minimizo. Con verdad o no, yo comenzaba así pues a temer nada, no más las paperas que los problemas de brujería. Para la brujería, era verdadero, yo mismo me había convertido en demasiado temerario, para creerme vulnerable a estas chiquilladas de tías. Yo comenzaba a no creer mucho en Dios. ¿Satanás? ¡Qué va! ¡Ah, ah, ah! En cuanto a las paperas, ellos se habían recuperado. Me encontré así pues guardado la cama con una fuerte fiebre y un muy fuerte dolor al vientre, sin dolor de garganta ni nada a las orejas. El doctor diagnosticó la apendicitis. Se me hospitalizó así, fue preparado a la operación, pero el cirujano perplejo, no quiso operarme. El día siguiente a noche, yo estaba en un estado medio-comatoso que se empeoraba de hora en hora, en el punto de hacer temer una peritonitis. El día siguiente a la mañana, no había ya necesidad de ser ni cirujano ni doctor para emitir una buena diagnóstica: Yo tenía un testículo que había cuadruplicado de volumen, yo tenía las paperas.

Gracias Señor de guardar mí, mientras que ya, yo te rechazaba, porque si el cirujano me había operado este día, yo no debería normalmente estar aquí a escribir.

Para la consecuencia de mi vida, eso debía normalmente no plantear problemas, al menos para tener niños, y fue el caso. Pero para lo que es del resto… ¡Oh!!! Todo se pasó en mi cabeza.

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